22/2/10

Sin darme cuenta

Veo lo que veo
sin darme cuenta,
y cuando no veo lo que veo,
el corazón me pone en un aprieto
y vivo
como si yo fuera yo
o cualquier otro
¡sin darme cuenta!

Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

16/2/10

Rimbaud estaba allí, por Abdellatif Laâbi

Rimbaud
estaba allí
vio correr el agua bajo el puente
a esta altura
Hikmet y Aragon
estaban allí
vieron correr el agua bajo el puente
y diseccionaron minuciosos un verso de Rimbaud
a esta altura
Mahmud Darwix
estaba allí
echó una mirada rápida al agua
no la siguió bajo el puente
apretó el paso
creyendo haber visto
acodado en el parapeto de enfrente
a un francotirador de Beirut
Yo estaba allí
vi correr el agua bajo el puente
a esta altura
no recité nada para la ocasión
no consigo aprenderme mis poemas
ni los de los demás
Los poemas no se quedan
en el agua

Abdellatif Laâbi, Tous les déchirements, Paris, Messidor, 1990

Traducción de Jorge Gimeno

10/2/10

Reseña de “Como la flor del almendro o allende”, por José Luis Gómez Toré

Como la flor del almendro o allende es el enigmático título del último libro que Mahmud Darwix (Birwa, Palestina, 1941-Houston, EEUU, 2008) publicó antes de su muerte (la traducción de este volumen corre a cargo de Luz Gómez García, que ya nos ofreció una nutrida selección de la obra de Darwix en la muy recomendable antología poética que preparó para esta misma editorial). Una vez más podemos comprobar cómo la fuerza expresiva de esta voz proviene paradójicamente de la conciencia de su precariedad, de la convicción de que siempre se habla, y sobre todo en el poema, al borde del balbuceo. Sin embargo, “¡No peligra la poesía / si balbucea, o porque yerre / magníficamente en los símiles!”. O si peligra, se trata de un riesgo necesario, de ese salto mortal sin el que no puede tener lugar el milagro siempre escaso de la iluminación poética.

Los poemas de Darwix brotan de una experiencia del lenguaje siempre en peligro de callar antes de tiempo o de decir demasiado. Esta experiencia de la palabra no es probablemente ajena a la vivencia personal del exilio ni al hecho de pertenecer a una tradición como la árabe. La cuestión de la lengua no es aquí (en poesía, nunca lo es) un asunto secundario: estos versos se escriben en un idioma que no es sólo la lengua de esa Palestina a la que no se permite existir como país sino también la de una amplia comunidad lingüística y cultural, que para el poeta exiliado se constituye en una nueva pregunta sobre la compleja relación entre Oriente y Occidente. Significativamente, el poema que cierra el libro lo dedica a otro exiliado palestino, su amigo Edward Said, quien tanto reflexionó sobre los movimientos de atracción y repulsión entre el Occidente hegemónico y el mundo árabe. Con todo, conviene recordar al respecto lo que Darwix afirma en ese último poema: “Ningún Oriente es completamente Oriente, / ningún Occidente es completamente occidental”. Toda identidad es plural y, aunque en todo el libro resuena una pregunta por la identidad propia y colectiva, dicha pregunta nunca puede contestarse definitivamente. Cuando la identidad deja de ser pregunta, corre el riesgo de convertirse en una máscara que sustituye el gesto vivo del rostro por una mueca petrificada.

Como el puente que simboliza el exilio en “Niebla densa en el puente”, en la poesía de Darwix se establecen continuamente vasos comunicantes entre lo privado y lo público, entre el individuo y la colectividad, entre la alcoba íntima y la historia, entre las palabras y las cosas... pero al igual que en el símbolo del puente, esa unión es también el signo de una distancia, del peligro de permanecer en tierra de nadie o incluso de caer en la esquizofrenia de identidades irreconciliables. El escritor palestino no parece concebir otra identidad que la que se construye en el diálogo con el otro (el otro amigo, el otro que es la amada, el otro que es también el enemigo). Y a falta de un tú con el que conversar, el yo poético se ve impelido a hablar consigo mismo, con ese desconocido que forma parte del propio yo y al que tal vez sólo la poesía puede arrancar de su mutismo. Uno de los aspectos más interesantes de la obra del palestino es ese continuo oscilar entre el diálogo y el monólogo, el juego con los pronombres personales, la polifonía de voces que amenazan con disolver la precaria conquista de una identidad y que, sin embargo, son al mismo tiempo la unica posibilidad de mantener esa identidad abierta y por lo tanto viva.

Claudio Guillén, en el hermoso libro El sol de los desterrados, estudió los vínculos que se establecen en la literatura universal entre el exilio real del desterrado, con causas políticas muy concretas, y el exilio metafórico que remite a la experiencia de desarraigo que es quizá consustancial a nuestra condición humana. Darwix logra, y no es poco mérito, que el exilio real acabe simbolizando el exilio de todo ser humano que persigue un espacio propio, pero sin que esa metaforización borre el referente concreto de quien vive fuera de su Palestina natal por razones nada metafóricas.

Como la flor del almendro que da título al libro, la belleza de estos versos surge de la experiencia de la fragilidad. Precisamente por ello la voz de Darwix suena convincente tanto cuando refleja las perplejidades del yo como cuando se acerca a los conflictos de la historia (conflictos que por otra parte revelan la dificultad de separar lo público y lo privado, ya que la voz del exiliado sabe que su intimidad no es ajena a la historia de la colectividad a la que pertenece). La poesía de Darwix es a un tiempo exilio y morada, negación de toda patria y patria provisoria que nace tal vez de la posibilidad de un diálogo verdadero, no manchado por la mentira ni por las relaciones de poder. Por ello, las alusiones metapoéticas (y metalingüísticas), que encontramos aquí y allá, no nos hablan sólo del oficio del escritor, sino de la posibilidad, siempre frustrada y siempre renovada, de habitar en el mundo: “¿Y quien –si / me expreso en lo que no es poesía– conocerá / la tierra del forastero?”

La tormenta en el vaso, 18/1/10

4/2/10

Menahem Begin desvaría ante las ruinas de Deir Yasín

En una terraza del psiquiátrico que mira a las ruinas de Deir Yasín,* se sienta el nuevo rey de Israel y desvaría: Aquí, aquí comenzó mi milagro. Aquí los asesiné y los vi asesinados. Muertos y bien muertos los vi y los oí. Aquí escuché un lamento de bestias humanas que no turbaba la armonía de mi música. Desde aquí empujé sus alaridos hacia el Norte para que espantasen al resto del rebaño que enturbiaba el agua de la tierra sagrada. Desde aquí propagué el horror entre los animales de dos patas que quedaban... para que marcharan al éxodo del desierto. No, no, desierto no es la palabra apropiada para su destino. El desierto es cosa sólo mía. El desierto lleva por el buen camino. El desierto conduce al retorno. El desierto es monopolio mío, como mío es Dios. El rey se toma unos tranquilizantes y rememora: Si no hubiera sido por mi heroísmo, si no hubiera sido por lo que hice con Deir Yasín, no se habrían erigido mis dominios. Si no fuera por la ausencia, la ausencia de ellos, yo no habría estado presente. Que ellos no estén es que esté yo. Pero por dónde han venido y me han sorprendido, a mí que no les quise por vecinos ni por esclavos, por leñadores ni azacanes. El rey aprieta con rabia el vaso de agua y lo rompe, de su mano corre un hilo de sangre y prosigue su desvarío: No he visto la sangre del fantasma que mi Ejército persiguió en el Líbano ¿y veo mi sangre? Aquí los asesiné y los vi bien muertos. ¿Cómo burlaron a la muerte y desobedecieron mis órdenes... a mí, que soy quien insufla la vida y la muerte...? Yo soy el rey, el nuevo rey de Israel. ¿Cómo se han mudado los muertos en fantasmas? ¿Cómo ha osado atacarme el fantasma? ¿Es un sueño o una pesadilla? En esta terraza de este mundo, ¿hay algo que se asome a otro final? Deir Yasín por segunda vez... ¡alejadlo de mí, alejad de mí los gritos de estos fantasmas, o alejadme a mí de ellos! No puedo ni quiero pedirles perdón. ¡Hiram! ¡Hiram, rey de Tiro, ven en mi auxilio!** Mi pueblo se ha enojado conmigo, dice que mi guerra no tuvo sentido, que el asesinato del fantasma fue en vano, que mi paz no sirvió de nada. Ayúdame, Hiram, aunque sea con una falsa alianza que narcotice mi mente, mi corazón y a mi pueblo, y que me cure de mis penas. ¿No me conoces...? ¿No me oyes, hijo de perra? Nadie presta atención al rey en su casa retirado que se asoma al escenario de su crimen primero. Y cuando sale apoyándose en un bastón a visitar la tumba de su esposa, no habla con nadie. El fantasma es su único compañero. Su enemigo que no le abandona, el enemigo que a él vuelve en la enfermedad, que le lleva a donde se encontraron por vez primera: Aquí me asesinaste, y me enterraste en este hoyo. No lo resiste y se desploma: ¡el asesino cae en la tumba de su víctima!


*Aldea palestina cercana a Jerusalén, gran parte de cuya población fue masacrada el 9 de abril de 1948 por grupos paramilitares de las organizaciones sionistas Irgún y Lehi. La aldea, “limpia” de población palestina, fue anexionada a Jerusalén Oeste y sobre ella se construyó el Hospital Psiquiátrico Kafr Shaul. La masacre de Deir Yasín quiso ser una advertencia para la población palestina, que en los meses siguientes se vio forzada a huir de sus hogares ante la amenaza de nuevas matanzas. Menahem Begin capitaneó esta operación, y luego fue primer ministro de Israel de 1977 a 1983, por lo que gestionó la invasión israelí del Líbano en 1982; los últimos años de su vida los pasó aquejado de problemas psiquiátricos que coincidieron con el fallecimiento de su esposa. A todo ello se alude en el pasaje siguiente.

** Hiram: rey fenicio de Tiro (979-945 a. C.). Fue amigo del rey David, al que ayudó en la construcción de su palacio; firmó con Salomón una alianza comercial y le ayudó con materiales y hombres en la construcción del templo en Jerusalén.


Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García