20/12/09

Quien escribe una cosa la posee

Las letras blancas sobre el encerado negro tienen la solemnidad de un amanecer en el campo. E igual que se vertía poco a poco el agua en los jarros, ibas absorbiendo la escritura de las vocales y su pronunciación, torturando la garganta para someterla al signo, supeditando la laringe al ojo.

Cada vez que una letra se unía a otra, un no sentido a otro no sentido, la misteriosa forma se trasmutaba en una voz nítida, y el lento clarear abría el cauce a un significado y su imagen, de manera que unas pocas letras se convertían en ‘puerta’ o ‘casa’. Así construyen unas letras insignificantes, sin valor alguno por separado, una casa si se unen.

¡Oh la lengua! ¡Qué magia! El mundo iba naciendo de las palabras. La escuela se convertía en el sitio para jugar con la imaginación... Trotabas a la escuela encantado, como si te hubieran prometido un regalo sorpresa, ibas no sólo a aprender la lección, sino, sobre todo, a afianzarte en el poder de dar nombre a las cosas. Todo lo lejano se acercaba. Y todo lo cerrado se abría. Si no te equivocabas al escribir la palabra ‘río’, el río corría por tu cuaderno. Hasta el cielo se convertía en parte de tus posesiones si no te confundías en el dictado.

Todo lo que estaba al alcance de tus pequeñas manos era suyo si lo ponías por escrito sin cometer faltas. Quien escribe una cosa la posee. Aspirarás el olor de la rosa (وردة) en la ta marbuta (ة) que se abre como un capullo. Y saborearás una mora (توت) de dos maneras: en la ta unida (تـــ) y en la ta aislada (ت) con forma de palma de la mano.

Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García Mahmud Darwish

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