24/12/09

Mahmud Darwix en el Muro (Belén)

Litografía realizada por Ernest Pignon Ernest a partir de un proyecto iconográfico concebido por Elias Sanbar.
Fotografía de Juan Miguel Muñoz.

20/12/09

Quien escribe una cosa la posee

Las letras blancas sobre el encerado negro tienen la solemnidad de un amanecer en el campo. E igual que se vertía poco a poco el agua en los jarros, ibas absorbiendo la escritura de las vocales y su pronunciación, torturando la garganta para someterla al signo, supeditando la laringe al ojo.

Cada vez que una letra se unía a otra, un no sentido a otro no sentido, la misteriosa forma se trasmutaba en una voz nítida, y el lento clarear abría el cauce a un significado y su imagen, de manera que unas pocas letras se convertían en ‘puerta’ o ‘casa’. Así construyen unas letras insignificantes, sin valor alguno por separado, una casa si se unen.

¡Oh la lengua! ¡Qué magia! El mundo iba naciendo de las palabras. La escuela se convertía en el sitio para jugar con la imaginación... Trotabas a la escuela encantado, como si te hubieran prometido un regalo sorpresa, ibas no sólo a aprender la lección, sino, sobre todo, a afianzarte en el poder de dar nombre a las cosas. Todo lo lejano se acercaba. Y todo lo cerrado se abría. Si no te equivocabas al escribir la palabra ‘río’, el río corría por tu cuaderno. Hasta el cielo se convertía en parte de tus posesiones si no te confundías en el dictado.

Todo lo que estaba al alcance de tus pequeñas manos era suyo si lo ponías por escrito sin cometer faltas. Quien escribe una cosa la posee. Aspirarás el olor de la rosa (وردة) en la ta marbuta (ة) que se abre como un capullo. Y saborearás una mora (توت) de dos maneras: en la ta unida (تـــ) y en la ta aislada (ت) con forma de palma de la mano.

Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García Mahmud Darwish

7/12/09

La grandeza de Yasir Arafat, por Gilles Deleuze

Gilles Deleuze escribió este texto en 1983, un año después de la salida de la OLP de Beirut y de la matanza de Sabra y Chatila. Su análisis clarividente de la encrucijada en que se hallaba entonces la OLP y la denuncia de la continuidad del proyecto sionista de colonización de Palestina continúan siendo hoy, más de veinticinco años después, igual de actuales. Hoy, como entonces, la alternativa al exterminio del pueblo palestino reside en una Autoridad Nacional fuerte y cohesionada que haga frente a la sistemática política israelí de sabotear cualquier posibilidad de solución del conflicto.

La causa palestina es ante todo el conjunto de las injusticias que este pueblo ha padecido y sigue padeciendo. Estas injusticias son los actos de violencia pero también las sinrazones, los falsos razonamientos, las falsas garantías con que se les pretende compensar y justificar. Arafat no ha usado más que una palabra para hablar de las promesas incumplidas, de los compromisos violados, tras las masacres de Sabra y Chatila: shame, shame.

Se dice que no es un genocidio. Sin embargo, es una historia que, desde el principio, tiene mucho de Oradour.* El terrorismo sionista no se dirigía únicamente contra los ingleses, sino contra los pueblos árabes que tenían que desaparecer; el Irgún fue muy activo en este sentido (Deir Yassine).** En todos los casos se trata de hacer como si el pueblo palestino no solamente no debiera existir, sino que no hubiera existido nunca.

Los conquistadores eran quienes habían padecido ellos mismos el mayor genocidio de la historia. Los sionistas hicieron de este genocidio un mal absoluto. Pero transformar el mayor genocidio de la historia en mal absoluto es una visión religiosa y mística, no una visión histórica. Esta visión no detiene el mal; al contrario, lo propaga, lo hace recaer sobre otros inocentes, exige una reparación que hace sufrir a otros una parte de lo que los judíos han sufrido (expulsión, asilamiento en el gueto, desaparición como pueblo). Con medios más “fríos” que los del genocidio, se trata de llegar al mismo resultado.

Los EE.UU. y Europa les debían a los judíos una reparación. Y esta reparación se la hicieron pagar a un pueblo del cual lo menos que puede decirse es que no tenía nada que ver con ella, que era singularmente inocente de todo holocausto y que ni siquiera había oído hablar de él. El sionismo, y después el Estado de Israel, exigieron a los palestinos reconocimiento jurídico. Pero él mismo, el Estado de Israel, no ha dejado de negar el hecho mismo de la existencia del pueblo palestino. Nunca se habla de palestinos, sino de árabes de Palestina, como si hubiesen estado allí por casualidad o por error. Luego se hará como si los palestinos expulsados viniesen de otro lugar, nunca se mencionará la primera guerra de resistencia que llevaron a cabo completamente solos. Se hará de ellos los descendientes de Hitler, puesto que no reconocen a Israel su derecho. Pero Israel se reserva el derecho de negar su existencia de hecho. Aquí comienza una ficción que cada vez se extenderá más, y que pesará sobre todos los defensores de la causa palestina. Esta ficción, que es una apuesta de Israel, consistía en hacer pasar por antisemitas a cuantos pusieran objeciones a los hechos y a las acciones del Estado sionista. La fuente de esta operación fue la fría política de Israel con respecto a los palestinos.

Desde el comienzo, Israel no ha ocultado su propósito: vaciar el territorio palestino. Aún más: hacer como si el territorio palestino estuviera vacío, destinado desde siempre a los sionistas. Se trataba de una colonización, pero no en el sentido europeo del siglo XIX: no se quería explotar a los nativos, se les quería expulsar. Quienes se resistieran a ello no se convertirían en una mano de obra dependiente del territorio, sino en una mano de obra volante y desarraigada, como si se tratase de inmigrantes reunidos en un gueto. Desde el principio se trató de ocupar las tierras como si estuviesen desiertas o pudiesen vaciarse. Es un genocidio, pero el exterminio físico está subordinado en este caso a la evacuación geográfica: al no ser más que árabes en general, los palestinos supervivientes deben fundirse con el resto de los árabes. El exterminio físico, aunque se confíe a mercenarios, no deja de estar presente. Pero se alega que no es un genocidio, ya que no se trata de la “solución final”: en efecto, es un medio entre otros. La complicidad de los EE.UU. con Israel no procede únicamente del poder de un lobby sionista. Elias Sanbar ha mostrado perfectamente que los EE.UU. han encontrado en Israel un aspecto de su historia: el exterminio de los indios que, también en este caso, sólo en parte fue directamente físico. Se trataba de vaciar, de hacer como si nunca hubiese habido indios más que en guetos, lo que hacía de ellos otros inmigrantes interiores más. En muchos aspectos, los palestinos son los nuevos indios, los indios de Israel. El análisis marxista indica estos dos movimientos complementarios del capitalismo: imponerse constantemente límites en cuyo interior despliega y explota su propio sistema; desplazar cada vez más lejos estos límites, rebasarlos para volver a emprender a mayor escala o con mayor intensidad su propia fundación. Desplazar los límites: ésta fue la acción del capitalismo americano, del sueño americano, que ha sido recuperado por Israel y por el sueño del Gran Israel en territorio árabe y a costa de los árabes.

¿Cómo ha podido el pueblo palestino resistir, cómo resiste aún? ¿Cómo ha pasado de ser una sociedad de linajes a convertirse en una nación armada? ¿Cómo se ha dado a sí mismo un organismo que no simplemente le representa sino que lo encarna, aún sin territorio y sin Estado? Hacía falta un personaje histórico que, desde el punto de vista occidental, se diría salido de Shakespeare, y ése fue Arafat. No es la primera vez en la historia (los franceses pueden pensar en la Francia libre, con la diferencia de que al principio contaba con menos base popular). Y lo que tampoco ha ocurrido por primera vez en la historia es que en cada ocasión en que ha sido posible una solución o un elemento para la solución los israelíes la han destruido deliberada y sistemáticamente. Apelaban a su posición religiosa para negar, no ya el derecho, sino incluso el hecho palestino. Se desentendían de su propio terrorismo tratando a los palestinos como terroristas llegados del exterior. Y, precisamente porque los palestinos no eran tal cosa, sino un pueblo específico, tan diferente del resto de los árabes como pueden serlo entre sí los pueblos de Europa, no podían esperar de los propios Estados árabes más que una ayuda ambigua, que a veces se convertía en hostilidad y exterminio, cuando el modelo palestino se volvía peligroso para ellos. Los palestinos han recorrido todos los círculos infernales de la historia: el abandono de las soluciones cada vez que eran posibles, las peores inversiones de las alianzas en las que habían puesto su confianza, el incumplimiento de las promesas más solemnes... Y su resistencia ha tenido que alimentarse de todo ello.

Puede que uno de los objetivos de las masacres de Sabra y Chatila haya sido el de desprestigiar a Arafat. No había dado su consentimiento a la partida de los combatientes, cuya fuerza seguía intacta, más que a cambio de que la seguridad de sus familias quedase absolutamente garantizada por los EE.UU. e incluso por Israel. Después de las masacres, no quedaba más palabra que “shame”. Si la crisis de la OLP que se va a producir tuviera como resultado a plazo medio, ya fuera la integración en un Estado árabe, ya la disolución en el integrismo musulmán, entonces podría decirse que el pueblo palestino ha desaparecido efectivamente. Pero ello ocurriría con tales condiciones que el mundo, los EE.UU. y hasta Israel no dejarían de lamentar las ocasiones perdidas, incluyendo las que aún son posibles en este momento. A la fórmula orgullosa de Israel (“Nosotros no somos un pueblo como los demás”) ha respondido siempre el grito palestino, invocado en el primer número de la Revue d’études palestiniennes: somos un pueblo como los demás, no queremos ser otra cosa...

Al emprender la guerra terrorista del Líbano, Israel ha intentado suprimir a la OLP y privar al pueblo palestino de su soporte, tras haberle privado de su tierra. Y puede que lo haya conseguido, porque en la Trípoli sitiada sólo quedaba la presencia física de Arafat entre los suyos, todos sumidos en una especie de grandeza solitaria. Pero el pueblo palestino no perderá su identidad más que provocando en su lugar un doble terrorismo, de Estado y de religión, que se beneficiará de su desaparición y que hará imposible todo acuerdo de paz con Israel. De la guerra del Líbano Israel no saldrá sólo moralmente desunido y económicamente desorganizado, sino que se enfrentará a la imagen invertida de su propia intolerancia. Una solución política, un compromiso pacífico sólo es posible con una OLP independiente, que no haya desaparecido en uno de los Estados existentes y que no se disuelva en los distintos movimientos islámicos. La desaparición de la OLP sólo sería una victoria de las fuerzas ciegas de la guerra, indiferentes a la supervivencia del pueblo palestino.

* Oradour es una pequeña localidad francesa en la cual, durante la ocupación alemana, el cuarto regimiento de granaderos del Führer, que invadió por sorpresa el pueblo, masacró a la práctica totalidad de la población indefensa: casi doscientos varones, más de doscientos niños y unas doscientas cuarenta mujeres.
** Brazo armado del movimiento extremista fundado por Vladimir Jabotinsky (también fundador del Likud). El Irgún, dirigido luego por Menahem Beguin, desarrollaba acciones tanto contra el movimiento nacional árabe palestino como contra la administración británica. En concreto, es responsable de la matanza de un pueblo palestino de los arrabales de Jerusalén (Deir Yassine) en 1948 y del atentado contra el hotel King David, que entonces era la sede del Mandato Británico en Jerusalén.

Revue d’études palestiniennes, nº 10, invierno de 1984 (el texto está fechado en septiembre de 1983).

Texto recogido en: Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.

1/12/09

El Tristón

Nunca te he preguntado, y eso que te he visto crecer, qué hacía que perdieras el conocimiento cada vez que te hacías una herida. ¿Era por llamar la atención o para que el dolor se acostumbrara al olor de la cebolla?

Te llamaron “el Tristón’’ y tú apodaste “Tristón’’ al gorrión. Los dos erais igual de inquietos, pero él, al contrario que tú, era precavido. Te gustaba su gran habilidad para escabullirse de los cazadores, y eso que su único nido era la astucia. Te gustaba su color, que se confundía entre el trigo y la luz, la agilidad con que, de un solo aleteo, echaba a volar alto o bajo, y cómo andaba camuflado entre la gente, tan tranquilo, como un soplón que se ha escurrido de quien le iba a echar el guante.

Te llamaban “el Tristón’’ porque igual llorabas de alegría que de pena —nadie puede explicar que la caña por el viento se transforme en flauta. ¿Qué dice la flauta? ¿Lleva en su llevar el desvarío del viento? ¿O traduce la alegría de los pastores porque ha nacido otro cordero, o su miedo a la manada de lobos que acecha al rebaño? La flauta te va transportando cada vez más lejos, y lloras como quien presiente la tragedia. En el horizonte no hay nubarrones negros /

Entonces, ¿por qué lloras si la muerte queda lejos? / El corral de tu casa queda alto / Alta la azotea / Alto el sauce / ¿Por qué lloras si brilla nítida la Vía Láctea / y la noche te alumbra de la punta del pelo a los pies? / Obedeces a la flauta y bailas y bailas / Ningún lobo aúlla en la noche a una luna amarilla como el limón / Ningún fantasma se asoma entre los troncos de los olivos para asesinar a tu padre / ¿Por qué lloras? / ¿Es por el miedo a ser feliz?, te pregunté / Aunque entiendo que el aire de la noche en un monte agujereado por la flauta rezume lágrimas que llamamos rocío / Mañana te convertirás en flauta mágica / dije / Pero no me oías / Aún no era lo bastante grande tu herida / No me hagas ser eco que te busca en este valle / No me oías /

Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García Mahmud Darwish