28/7/09

La nostalgia es una cicatriz en el corazón...

La nostalgia es una cicatriz en el corazón, la marca de un país en el cuerpo. Pero nadie siente nostalgia de sus heridas, nadie siente nostalgia del dolor o las pesadillas, sino de un antes, de una época en la que la única pena eran los placeres primeros que se disolvían en el tiempo como un azucarillo en una taza de té, una época de imagen paradisíaca. La nostalgia es la flauta que llama a la flauta para restaurar la ruta devastada por los cascos de los caballos en una campaña militar. Es una enfermedad crónica que ni es infecciosa ni mata, aunque adopte visos de epidemia. Es una invitación a bromear con uno mismo, el recurso del que no puede ser igual que los pasajeros de un tren que saben muy bien cuáles son sus señas. Es un conjunto de materiales fabricados con la transparencia de una hermosa nada para los sueños del extranjero, al que le tuesta el café con que se despierta.

Raramente llega por la mañana. Raramente se entromete en una charla banal con un taxista. Raramente se cuela en la sala de conferencias o en la primera cita de una pareja… Es un visitante vespertino, cuando buscas huellas de ti en lo que te rodea y no las encuentras, cuando se asoma por el balcón un gorrión y te crees que es un mensaje de un país que no amabas cuando estabas en él, como lo amas ahora que él está en ti. Era un regalo, un árbol, una piedra, y se ha convertido en la seña del alma y de la idea, y en una brasa en la lengua. Era aire, tierra y agua, y se ha hecho poema.

Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García

23/7/09

En la muerte de Naguib Mahfuz

Naguib Mahfuz será, ayer, hoy y siempre, lo mismo: uno de los grandes genios de Egipto, siempre vivo, desafiante ante el tiempo, aunque su cuerpo enjuto se despidiera hace unos días. Porque el espíritu que alienta en su enorme creatividad permanecerá vivo en la memoria de la literatura árabe, que él propulsó a lo universal y el mundo reconoció como parte integral del acervo humano.

No se puede hablar con propiedad de novela árabe antes de Naguib Mahfuz, por más que haya habido intentos e inicios destacados. Mahfuz es el verdadero fundador de la novela árabe en sentido moderno, y es al mismo tiempo su renovador y quien la ha hecho evolucionar. Es algo excepcional: ser a la vez el pionero y el modernizador. Él era un ser excepcional.

Mahfuz nunca dejó de desarrollar sus métodos y formas narrativas, no se conformó con una novela de un único corte. Estuvo muy atento a cómo cambiaban los tiempos, y escribió una epopeya en múltiples episodios que abarca del clasicismo a la modernidad, de suerte que fue a la vez maestro de la novela árabe e historiador de las transformaciones sociales y políticas del Egipto contemporáneo. Desde los rincones de El Cairo antiguo, con sus clases medias y ambientes populares, recreó un mundo que le dispensó de viajar por el mundo… un mundo poblado de todas las preguntas vitales sobre lo cotidiano o la existencia, y demostró que la universalidad de la literatura comienza en lo local, en un barrio cualquiera, y que el concepto de literatura universal no se limita al centro, sino que es el producto de lo que el hombre escribe y ha escrito en todo tiempo y lugar.

De su literatura, me impresiona su percepción del absurdo de la historia, cómo sabe ver las trampas que la historia y el destino tienden a los seres humanos. Y también me llama poderosamente la atención la lengua de la narración, despojada de la retórica de la poeticidad que ha embaucado a algunos novelistas, que pretenden ser poetas escribiendo novelas. Me fascina la manera que tiene de servirse de su talento, sabedor de que la genialidad sólo se materializa tras someterla a un laborioso trabajo de hormiga. Siempre fue muy escrupuloso en todo, especialmente en lo tocante a las relaciones entre escritura e inspiración, como si creyese que, de existir ésta última, el escritor tiene que saber atraparla tanto como ella susurrarle.

Muchos se preguntan: ¿Cómo un minucioso funcionario como Naguib Mahfuz ha podido ser a la vez el gran creador Naguib Mahfuz? La respuesta quizá se halle en su respeto de los tiempos: uno para el trabajo administrativo, otro para bromear, divertirse y trasnochar, otro para el café, otro para los harafix,* otro sagrado para la escritura.

Le conocí en 1971, cuando Muhámmad Husáin Háikal me hizo el honor de ponerme con él y con Yúsuf Idrís en el mismo despacho de al-Ahram.** Descubrí que era una persona amable y de carácter apacible, a la que le gustaban mucho las bromas y los chistes. Pero era un amigo inquebrantable del reloj: siempre que le preguntaba si le apetecía tomar un café, antes de responder sí o no, miraba el reloj para saber si ya era la hora del café.

Cada vez que he ido a El Cairo he procurado peregrinar a verle, sentado en un café o en una barca junto al Nilo, así que a mi próxima visita le faltará algo: no veré a Naguib Mahfuz riéndose de todo corazón mientras va dando abrazos a sus muchos adeptos.

Si no se puede hablar de novela árabe moderna antes de Mahfuz, gracias al papel decisivo que él ha jugado sentando sus bases, desarrollándola y extendiendo sus límites, sí se puede hablar de la novela árabe postmahfuzí. Y entre ese antes y ese después, Mahfuz permanecerá como faro y maestro.

* Historietas de raigambre popular, de tono picaresco.
** Principal periódico egipcio y decano de la prensa árabe, fundado en 1876. Muhámmad Husáin Háikal (n. 1923) ha sido uno de los grandes intelectuales egipcios del siglo XX, y fue director de al-Ahram de 1957 a 1974; Yúsuf Idrís (1927-1991) está considerado un maestro del relato breve y del teatro en lengua árabe.


Al-Ayyam, 5 de septiembre de 2006

Traducción de Luz Gómez García

17/7/09

No ha venido

No ha venido, me digo, ni vendrá... Así que
recompongo la noche a tenor de mi decepción
y su ausencia:
apago las velas,
enciendo la luz,
me bebo su copa de vino, la rompo,
cambio los vibrantes violines
por melodías persas.
Me digo: No vendrá. Me quito la corbata
elegida para la ocasión (así estoy más a gusto)
y me pongo un pijama azul. Ando descalzo
si quiero. Me siento tranquilamente a la turca
en su butaca y la olvido
y olvido cuanto guarda relación con la ausencia /
Han vuelto a los cajones los objetos de nuestra fiesta,
abro cortinas y ventanas.
En mi cuerpo no hay más secreto ante la noche que
lo esperado y lo perdido...
Me río de mi tontería de purificar el aire por ella
(lo había perfumado con agua de rosas y azahar).
No vendrá... Coloco la orquídea
a la izquierda en venganza
por haberse olvidado de mí...
Tapo con un abrigo el espejo de la pared para no ver
reflejada su foto... pero me arrepiento /
Me digo: Olvídate de los préstamos
de la poesía clásica, ella no se merece
un poema, ni siquiera robado...
Y me olvido de ella. Ceno de pie,
leo algo sobre planetas lejanos
en un libro de texto,
y escribo, para olvidar el daño, un poema,
¡este poema!

De Como la flor del almendro o allende (Ka-zahr al-lauz au abd, Beirut, Riad El-Rayyes, 2005)

Traducción de Luz Gómez García

4/7/09

¿Por qué? ¿A santo de qué?

Se da ánimos hablando consigo mismo mientras camina solo. Palabras que no significan nada, y que no quiere que signifiquen nada: “¿Por qué? ¿A santo de qué?” No es su intención quejarse o hacer preguntas, o frotar una expresión con otra para que prenda un ritmo que le ayude a caminar con la agilidad de un chaval. Pero es lo que sucede. Cada vez que repite: ¿Por qué? ¿A santo de qué?, siente que está en compañía de un amigo que ha venido a ayudarle a sobrellevar el camino. Los transeúntes lo miran con indiferencia. Nadie piensa que esté loco. Le creen un poeta, un soñador errabundo poseído por una repentina inspiración del demonio. Pero él no se da cuenta de qué le aflige. No sabe por qué se acuerda de Gengis Jan. Quizá porque ha visto un caballo sin montura nadando en el aire, sobre los edificios destruidos del fondo del valle. Continúa caminando con un solo ritmo: “¿Por qué? ¿A santo de qué?” Y antes de llegar al final del camino que sigue todas las tardes, ve a un viejo inclinado junto a un eucalipto, el bastón apoyado en el tronco, que se desabrocha los botones de los zaragüelles con mano temblorosa y mea mascullando: ¿Por qué? ¿A santo de qué? Las chicas que suben del valle no se contentan con reírse del viejo: le tiran bayas de pistachos verdes.

Traducción de Luz Gómez García

Tomado del anticipo de La huella de la mariposa publicado en la revista Turia (nº 91, mayo-octubre 2009), pp. 121-127, presentación y traducción de LGG