26/1/09

El enemigo

Estuve allí hace un mes. Estuve allí hace un año. Siempre he estado allí. Como si no hubiera estado sino allí. En el año 82 del siglo pasado ya nos sucedió algo de lo que nos está pasando ahora. Nos sitiaron, nos mataron y nos resistimos al infierno que ponían a nuestros pies. Los caídos/los muertos no se parecen. Cada uno tiene sus rasgos propios, su propia talla, unos ojos, un nombre y una edad diferentes. Son los asesinos los que se parecen. Son el mismo repartido en artefactos metálicos. Apretando botones electrónicos. Mata y desaparece. Nos ve y no le vemos, no porque sea un fantasma, sino porque es una máscara de acero imperturbable... sin rasgos, sin ojos, sin edad, sin nombre. Él... él es el que ha elegido tener un solo nombre: el enemigo.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

20/1/09

Historia de Birwa

En el texto que sigue, una carta de junio de 1986 dirigida a Samih al-Qásim, Mahmud Darwix narra la noche de junio de 1948 en que él y su familia hubieron de abandonar Birwa, su aldea natal, invadida y destruida por las tropas israelíes, y reemplazada al cabo por un kibutz. A Darwix y al-Qásim se asoció la aparición, a finales de los años sesenta, de la llamada poesía de resistencia palestina. Mientras que al-Qásim permaneció en Israel, Darwix se exilió en 1970.

Los meses no se decían con nombres que siempre recuerdan cuándo se quebró la albahaca de la infancia. Aunque sí sé que aquella noche no era tan fría como las de estos días. Tampoco existían por entonces canciones a la luna en hebreo. Y de lo que me acuerdo bien es del corral, con la morera en medio que distinguía la casa de las otras y la convertía en la casa de mi abuelo. Dejamos todo como estaba: el caballo, las ovejas, los terneros, y las puertas abiertas, con la cena caliente, la llamada a la oración y la única radio que había, acaso encendida para que fuera informando de nuestras victorias. Bajamos hasta el estrecho cauce que enfilaba hacia el sureste y acababa en un aljibe. Relucía al salir el sol por la parte del llano que nos conduciría hasta Chaab, el pueblo en el que vivían unos parientes de mi madre y para entonces también su familia, que había ido allí desde Damún, que ya había sido ocupada... Y allí, al cabo de unos días, los campesinos de las aldeas vecinas, que habían vendido el oro de sus mujeres para comprar fusiles de fabricación francesa, hicieron un llamamiento para liberar Birwa.

La liberaron al caer la noche. Se bebieron el té caliente de los ocupantes. Pasaron la primera noche de la victoria. Y al día siguiente la entregaron, sin acuse de recibo, al Ejército de Salvación,* para que los judíos volvieran a ocuparla y destruyeran hasta la última piedra... Mientras, a las puertas de la patria, nosotros aguardábamos el regreso.

Conoces todo lo que pasó, Samih, que la guerra fue breve y la excursión de los que se habían marchado se prolongó. Y sabes cómo “nos infiltramos” desde el Líbano cuando mi abuelo se dio cuenta de que el viaje se alargaría y que él debía apegarse a la tierra antes de que ésta echara a volar. Cuando llegamos, sólo encontramos ruinas. Habíamos perdido el derecho de residencia y perdido el derecho a la tierra. Al cabo, cuando consumé el rito de mi primera peregrinación a Birwa, mi pueblo, sólo hallé de él el algarrobo y la iglesia derruida, más un vaquero que no hablaba bien ni árabe ni hebreo: ¿Quién es usted? Respondió: Soy del kibutz Yasur. Le dije: ¿Dónde está el kibutz Yasur? Dijo: Aquí. Le dije: Aquí está Birwa. Dijo: ¿Dónde? Dije: Aquí, debajo de nosotros, a nuestro alrededor, sobre nosotros, aquí, en todas partes. Dijo: Pero yo no veo nada, ni siquiera piedras. Dije: Esta iglesia... ¿no la ve? Dijo: No es una iglesia. Es una cuadra para las vacas. Y eso de ahí son unas ruinas romanas. Le dije: ¿De dónde es usted? Dijo: Del Yemen. Dije: ¿Y qué hace aquí? Dijo: He vuelto a mi país. Luego me preguntó: ¿Y tú de dónde eres? Dije: De aquí... He vuelto a mi país.

* Milicia árabe formada por voluntarios palestinos, egipcios y sirios, más algunas unidades de la Legión Árabe jordana, cuya desunión y escasa aptitud contribuyó a la rápida caída de la mayoría del territorio palestino.

Mahmud Darwix y Samih al-Qásim: al-Rasail (Correspondencia), Beirut, Dar al-Auda, 1990.

Traducción de Luz Gómez García

13/1/09

La poesía, por Eugenio Montale

Desde que apuntó el siglo se viene discutiendo
si la poesía está dentro o fuera.
Primero venció el dentro, después contraatacó duramente
el fuera, y tras muchos años se llegó a un forfait
que no podrá durar, porque el fuera
está armado hasta los dientes.

De Quaderno di quattro anni, 1977

Traducción de Jorge Gimeno

7/1/09

La tierra se nos estrecha

Ahora que, con nuevas excusas, la mano de acero de Israel cae sobre Gaza, es oportuno recordar este poema de Darwix de 1986. Recientemente se citaba en The Guardian. Está tomado de nuestro volumen Poesía escogida, 1966-2005 (Valencia, Pre-Textos, 2008).

La tierra se nos estrecha. Nos estruja en el último pasadizo y nos despojamos de nuestros miembros para pasar.
La tierra nos prensa. Si al menos fuéramos su trigo moriríamos y reviviríamos. Si al menos fuera nuestra madre
apenaríamos a nuestra madre. Si al menos fuéramos imágenes, las rocas que cargase nuestro sueño serían
espejos. Hemos visto los rostros que matará en la defensa final del espíritu el último de nosotros.
Hemos llorado por los cumpleaños de sus niños. Y hemos visto los rostros que arrojarán a nuestros niños
por las ventanas de este último espacio. Espejos que bruñirán nuestra estrella.
¿Adónde iremos después de la última frontera? ¿Dónde vuelan los pájaros después del último cielo?
¿Dónde duermen las plantas después de la última brisa? Escribiremos nuestros nombres con vaho
coloreado de carmesí, le cortaremos la mano al himno para completarlo con nuestra carne.
Aquí moriremos. Aquí, en el último pasadizo. Aquí o ahí germinarán olivos...
de nuestra sangre.

Traducción de Luz Gómez García

1/1/09

La soledad de Gaza, por Luz Gómez García

Cuando para acceder a Gaza por el paso de Erez, el visitante autorizado se ve obligado a introducirse en las diabólicas máquinas israelíes inquisidoras del cuerpo humano, unas máquinas no vistas antes en ningún otro sitio, que le zarandean y escudriñan sus entrañas, comprende que se dispone a entrar en uno de los lugares más solitarios del planeta. Atravesados puertas y corredores, un inquietante kilómetro, largo, a pie, de tierra de nadie, de cascotes y escombros, hace que el extranjero mude la impresión de la artificiosa frontera física en la certeza psicológica de hallarse ante un nuevo capítulo, uno de los más insólitos, de las aberraciones de la historia reciente.

Un muro de hormigón armado, de nueve metros de alto, separa la franja de Gaza de Israel. Es un muro hermano del de Cisjordania, aunque primogénito, pero que no ha tenido la misma repercusión jurídica y mediática. Un muro que encierra la mayor densidad de población por kilómetro cuadrado del mundo. Gaza, que ha sido descrita en ocasiones como una gran prisión al aire libre, está condenada a la soledad de todas las prisiones.

Esta dramática realidad responde a una deliberada y planificada política israelí. Nada es casual en Gaza. Detrás de lo que ven los ojos hay una firme voluntad israelí de acoso militar, institucional y jurídico. ¿Qué fue antes: Hamás o la gallina? La gallina. Veamos por qué.

En octubre de 2004, el Parlamento de Israel aprobó “el plan de desconexión de Gaza”, que en agosto del año siguiente llevó a cabo unilateralmente. Pretendía poner fin a un problema demográfico insoslayable para la empresa israelí de colonización del territorio: la imposibilidad militar y económica de sostener a una población de 9.000 colonos en un enclave con un millón y medio de palestinos. Faltaban todavía varios meses para el triunfo de Hamás en las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006, pero el pronóstico era meridiano y allanaba el camino a la estigmatización colectiva. Cuando en junio de 2007 los islamistas dieron un golpe de mano en Gaza y truncaron el Gobierno de ficticia unidad nacional de la Autoridad Nacional Palestina, la comunidad internacional se aprestó a endurecer su actitud hacia Hamás como organización terrorista. Poco importa que su triunfo en las urnas hubiera contado con la escrupulosa supervisión de observadores internacionales, incluidos algunos diputados españoles. La condena hallaba refrendo y con ella se consumaba la desconexión. Gaza quedaba aislada del mundo: del Israel ocupante, de la madre Palestina y del socorro y la benevolencia internacionales.

El paso siguiente por parte de Israel fue la declaración de Gaza como “entidad hostil” el 19 de septiembre de 2007, que le ha servido para desentenderse internacionalmente de las obligaciones que, como potencia ocupante, tiene. La población sufre con ello la paradoja jurídica de estar a la vez bajo ocupación y bajo bloqueo. Las operaciones militares israelíes, que el Gobierno de Israel tan pronto llama de castigo como ofensivas, se han sucedido desde entonces, trufadas de treguas que en absoluto han aliviado el imparable deterioro de la situación de la población. El bloqueo al tránsito de personas y bienes de primera necesidad por tierra, mar y aire, castiga en primera instancia al 62% de la población, que depende directamente del reparto de alimentos y de los servicios básicos a cargo de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados palestinos. La Organización Internacional del Trabajo, en su memoria de 2007, habla de una “economía de estado de sitio”, y en la de 2008 constata que el aislamiento casi total de Gaza la ha llevado al borde de la crisis humanitaria. El resultado es lo que Issam Younis, de Al Mezan Center for Human Rights, denomina la “subdesarrollización de Gaza”: descalabro de los índices de empleo y del PIB, descomposición del sector público, desaparición de la economía productiva, regresión en los derechos de los trabajadores, debilitamiento institucional y deterioro del tejido social. La mera supervivencia se impone a otras prioridades individuales y colectivas a costa de logros históricos de la sociedad palestina, como el pluralismo, la participación de las mujeres en la vida pública, la vitalidad de la cultura de base o los elevados índices de educación universitaria.

A Hamás le dieron su triunfo electoral la parálisis política y el derrumbe económico que culminaron en la Segunda Intifada (2000-2005). Pero sus réditos en Gaza los alimenta a diario la política israelí, con la aquiescencia de Estados Unidos y la estolidez de la Unión Europea, involucrada en inmensas inversiones económicas en los Territorios Ocupados pero sin compromiso político equiparable. Este múltiple concurso ha convertido a Hamás en el protagonista de la historia actual de Palestina. Y lo ha hecho hasta el punto de que la principal crítica de algunos líderes históricos de la OLP a su triunfo haya sido su afán por reescribir la historia de la resistencia palestina, como si ésta hubiera empezado en 1987, cuando coincidiendo con la Primera Intifada se fundó Hamás. Porque los partidos y actores no islamistas minimizan la importancia de la religiosización del espacio público, mientras crece su temor a que, una vez más, los hechos consumados adquieran naturaleza jurídica y Gaza se vea amputada del devenir de los Territorios Ocupados, que en el discurso israelí han quedado reducidos a la demediada Cisjordania.

La interiorización del aislamiento y la rutinización del bloqueo no hacen sino asentar la frustración entre los gazauíes. El clientelismo, conocido popularmente en Palestina como “cultura de la jaima”, se alimenta de este ambiente falto de expectativas y experiencias nuevas. Las iniciativas ciudadanas peligran (son modélicos los Comités de Salud Mental, pioneros en el tratamiento de la violencia de género y que han desarrollado una categoría propia de empoderamiento civil) y flaquea la actuación de las ONGs y las agencias de ayuda humanitaria, que se sienten impelidas a tomar partido entre los actores políticos, con el consiguiente deterioro de su actividad y de la imagen general de la cooperación.

Pese a todo, la sociedad de Gaza ha desarrollado fórmulas de relación con el exterior, procederes abiertos y descentralizados que se sirven de las redes de intercambio que propicia la globalización tecnológica. Sorprende en Gaza la vitalista actividad de organizaciones independientes en materia de derechos humanos, salud o cultura, con modélicos sistemas de toma de decisiones colegiada, elaboración de un discurso crítico y autocrítico, financiación y sustentos locales y colaboración en red con otros centros palestinos e internacionales. Estos gazauíes, una mayoría, insisten en la importancia simbólica y psicológica de romper el aislamiento, en el valor de los gestos e intercambios que desde Europa abren una grieta en el cerco. Son iniciativas que no deben morir, porque garantizan, entre otras cosas, un futuro lejos de Hamás, si es esto lo que Europa desea.

Gaza materializa el proyecto israelí para Palestina: dividir y fragmentar el territorio, dividir y fragmentar a su población, y crear nuevos guetos identitarios que propicien la disolución de la unidad histórica, social, cultural y política de Palestina. La estrategia es vieja y conocida, pues proviene de la Nakba misma. Según el historiador israelí Amnon Raz-Krakotzkin, dos son sus armas principales: negar toda responsabilidad histórica e inculpar a las víctimas de su suerte.

El País, 31/12/08

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