25/7/08

Regreso a Haifa. Entrevista por Dalia Karpel

DK. ¿Siente emoción ante su próxima visita a Haifa? ¿Qué impacto le produce saber que se han vendido en un día 1200 entradas (de un total de 1450) para su lectura poética de este domingo en un auditorio del Monte Carmelo? ¿Le conmueve esta acogida?

Darwix. Cuando pasé de los cincuenta años, aprendí a controlar mis emociones. Voy a Haifa sin ninguna esperanza. Tengo una barrera en el corazón. Tal vez en el momento del encuentro con el público, unas cuantas lágrimas caigan en el corazón. Espero una cálida acogida, pero me temo que el público se sentirá decepcionado, porque no voy a leer muchos poemas antiguos. No quiero presentarme como un patriota, un héroe o un símbolo. Quiero presentarme como un poeta modesto.

DK. ¿Cómo se pasa de símbolo del espíritu nacional palestino a poeta modesto?

Darwix. El símbolo no existe ni en mi inconsciente ni en mi imaginación. Estoy haciendo esfuerzos para romper las demandas de símbolo y acabar con este estado icónico; para acostumbrar a la gente a tratarme como a una persona que desea desarrollar su poesía y el gusto de sus lectores. En Haifa voy a ser real, lo que soy. Y voy a elegir poemas de un alto nivel.

DK. ¿Por qué desprecia sus poemas antiguos?

Darwix. Cuando un escritor declara que su primer libro es el mejor, mal asunto. Yo progreso de un libro a otro. Todavía no he decidido qué leeré al público. No soy tonto. No los decepcionaré. Sé que muchos desean escuchar poemas antiguos.

Darwix llegó a Ramala, procedente de Amman, el lunes por la mañana de esta semana. Estaba preparado para realizar encuentros de trabajo los días siguientes y luego ir a Haifa, la ciudad en la que embarcó en su trayectoria literaria en la década de los años cincuenta. Todavía no sabe cómo irá —hay muchos voluntarios que desean llevarle al encuentro en Haifa con los residentes en Galilea—. La velada está siendo organizada por Siham Daoud, poeta y editor de la revista literaria Masharef, en colaboración con el partido político árabe-judío Hadash. Darwix hablará y recitará unos veinte poemas. Samir Yubrán le acompañará al laúd y el cantante Amal Murkus asesorará. Darwix espera que el ministro del Interior le permita permanecer en Israel una semana, aunque el permiso de entrada que le han concedido es válido sólo para dos días.

La conversación con el poeta tiene lugar a las cuatro de la tarde en el centro cultural Jalil Sakakini en Ramala. El magnífico y bien conservado edificio contiene una galería de arte y una sala para películas y conciertos. También hay una amplia oficina desde la que Darwix edita la revista de poesía al-Karmel.

La sala en la que estamos contiene una biblioteca rica en libros árabes, entre los cuales hay intercalados algunos ejemplares en hebreo. Se trata de una colección poética editada por la revista literaria hebrea Iton 77, y también ejemplares de la revista literario-política Mita’am, editada por el poeta Yitzhak Laor, y una colección poética de Sami Shalom Chetrit.

Darwix, más delgado que de costumbre y elegantemente vestido, es cordial. Teniendo en cuenta que hace ocho años se le dio por clínicamente muerto y volvió a la vida casi milagrosamente, su aspecto es saludable y no aparenta los 66 años que tiene.

“¿Hay alguna esperanza para esta nación?”, pregunto, y Darwix, el gran pesimista, pregunta a su vez que a qué nación me refiero. “Aunque no haya esperanza, estamos obligados a inventar y crear esperanza. Sin esperanza estamos perdidos. La esperanza debe brotar de las cosas sencillas: del esplendor de la naturaleza, de la belleza de la vida, de su fragilidad. Uno debe olvidar las cosas esenciales ocasionalmente para mantener la mente sana. Es duro hablar de esperanza en esta época, es como si ignorásemos la historia y el presente, como si mirásemos al futuro separándolo de lo que sucede en este momento. Pero para vivir, debemos inventar esperanza a la fuerza”.

DK. ¿Y cómo lo hace usted?

Darwix. Yo soy un trabajador de metáforas, no un trabajador de símbolos. Creo en el poder de la poesía, que me da razones para mirar hacia adelante e identificar un destello de luz. La poesía puede ser una auténtica desalmada. Deforma. Tiene el poder de transformar lo irreal en real y lo real en imaginario. Tiene el poder de construir un mundo que está reñido con el mundo en el que vivimos. Yo considero la poesía una medicina espiritual. Puedo crear con palabras lo que no encuentro en la realidad. Es una tremenda ilusión, pero positiva: no tengo otra herramienta con la que buscarle un sentido a mi vida o a la vida de mi nación. Tengo el poder de otorgarles belleza por medio de las palabras y plasmar un mundo bello y también expresar su situación. Una vez dije que yo construyo con palabras una patria para mi nación y para mí.

DK. Usted una vez escribió: “Esta tierra impone el asedio a todos nosotros”, y ahora más que nunca el sentimiento de desaliento e impotencia es arrollador.

Darwix. La situación actual es la peor que quepa imaginar. Los palestinos son la única nación en el mundo que sienten con certeza que el día de hoy es mejor que los días venideros. Mañana siempre trae una situación peor. No es una cuestión existencial. Yo no puedo hablar del lado israelí, no soy experto en eso. Sólo puedo hablar del lado palestino. En 1993, durante el acuerdo de Oslo, yo sabía que el acuerdo no garantizaba que fuéramos a lograr la verdadera paz basada en la independencia para los palestinos y el fin de la Ocupación israelí. A pesar de todo, sentía que la gente albergaba esperanzas. Pensaban que quizá una mala paz era mejor que una guerra victoriosa. Aquellos sueños se esfumaron. La situación ahora es peor. Antes de Oslo no había controles, los asentamientos no se habían expandido como ahora y los palestinos tenían trabajo en Israel.

DK. ¿Cree usted que la disposición para la paz era mutua?

Darwix. Los israelíes se quejan de que los palestinos no los quieren. Tiene gracia. La paz se acuerda entre Estados y no se basa en el amor. Un acuerdo de paz no es un convite de boda. Yo entiendo el odio hacia los israelíes, cualquier persona normal odia vivir bajo la Ocupación. Primero que se firme la paz y luego que se contemplen los sentimientos como amor o no amor. A veces, después de firmarse la paz, no hay amor. El amor es un asunto privado, no se puede forzar.

DK. ¿A qué esperanza se refiere?

Darwix. Yo acuso a la parte israelí de no mostrar disposición a acabar con la Ocupación en la franja de Gaza y Cisjordania. El pueblo palestino no pretende liberar Palestina. Los palestinos quieren llevar una vida normal en el 22 % de lo que ellos piensan que es su patria. Los palestinos consideran que ha de hacerse una distinción entre patria y Estado. Comprenden el desarrollo histórico que ha conducido a la presente situación en la que dos pueblos viven en la misma tierra y en el mismo país. A pesar de esta buena voluntad, no queda de qué hablar.

DK. Ha mencionado la franja de Gaza. ¿Qué piensa de la nueva realidad allí?

Darwix. Es una situación trágica, un ambiente de guerra civil. Lo que sucede entre los partidarios de Fatah y los partidarios de Hamás en Gaza refleja un horizonte cerrado. No hay un Estado palestino ni una autoridad palestina y la gente allí lucha contra ilusiones. Cada una de las partes quiere tomar el control del Gobierno. Todo es “como si”: como si hubiera un estado, como si hubiera un gobierno, como si hubiera un ministro o esto o lo otro, como si hubiera una bandera, como si hubiera un himno. Mucho “como si” pero ningún contenido. Es como si metes a la gente en prisión —la franja de Gaza es una gran prisión— y los prisioneros son pobres y carecen de todo, están desempleados y carecen de asistencia médica básica: encontrarás gente sin esperanza, lo cual crea un manifiesto sentimiento natural de violencia interna. No saben contra quién luchar, por eso luchan entre sí. Eso es lo que se llama guerra civil. Es una explosión entre presiones mentales, económicas y políticas.

DK. ¿Le alarma el auge del fundamentalismo de Hamás?

Darwix. Hay un conflicto cultural entre la parte laica que cree en el multiculturalismo y una patria nacional y la gente que considera Palestina exclusivamente bajo el prisma de la herencia. No me asusta desde el punto de vista político. Es una alarma cultural. Su inclinación a imponer sus principios a los demás no resulta cómoda. Ellos creen en una democracia trasnochada, y eso sólo para ganar las elecciones y lograr el poder. Pero son una catástrofe para la democracia. Es una democracia antidemocrática. Ambos partidos, Fatah y Hamás, no pueden permanecer inflexibles. Ahora, cuando la sangre está caliente y las heridas sangran, es duro hablar de diálogo, pero al final, si Hamás pide perdón por lo hecho en Gaza y rectifica los resultados de la campaña en Gaza, será posible hablar de diálogo. Es imposible ignorar a Hamás como fuerza política que tiene partidarios en la sociedad palestina.

DK. Así que usted está de nuevo jugando en las manos de Israel, lo cual es fruto en cierto modo de esta situación.

Darwix. Israel proclama continuamente que no tiene interlocutores, incluso cuando hay alguien dispuesto al diálogo. Ahora dicen que es posible hablar con Mahmud Abbás, pero Abbás estaba ahí antes de que Hamás ganara las elecciones. ¿Qué puede Abbás hacer si no han quitado ningún control? Es la política israelí lo que impulsa a los palestinos al extremismo y a la violencia. Los israelíes no quieren dar nada a cambio de la paz. No quieren retirarse a las fronteras de 1967, no quieren hablar del derecho al retorno o de la evacuación de los asentamientos, y, por supuesto, no quieren hablar de Jerusalén. Entonces, ¿hay algo de qué hablar? Estamos en un callejón sin salida. Yo no veo el final de este oscuro túnel mientras Israel sea incapaz de diferenciar la historia de la leyenda.

Los Estados árabes están dispuestos a reconocer a Israel y están pidiendo a Israel que acepte la iniciativa árabe de paz que consiste en la retirada a las fronteras de 1967 y el establecimiento de un Estado palestino a cambio no sólo de reconocer plenamente a Israel sino también de la normalización de las relaciones. Dígame quién está perdiendo la oportunidad. Se suele decir que los palestinos nunca pierden una oportunidad porque sí. ¿Por qué está Israel emula el rechazo de los árabes?

DK. ¿Cree que vivirá lo suficiente para ver algún acuerdo entre las dos naciones?

Darwix. Yo no desespero. Soy paciente y estoy esperando una revolución profunda en la conciencia de los israelíes. Los árabes están dispuestos a aceptar a un Israel fuerte con armas nucleares, todo lo que tienen que hacer es abrir las puertas de su fortaleza y establecer la paz. Dejar de hablar de los profetas y de la tumba de Raquel. Estamos en el siglo XXI. Mire lo que está sucediendo en el mundo. Todo ha cambiado, aparte de la posición israelí que, como he dicho, mezcla la historia con la leyenda.

DK. La terrible asociación entre tierra y muerte se está ahora dando por sentado en ambos lados.

Darwix. He dicho que los políticos tienen que realizar una revolución cultural en Israel para comprender que es imposible pedir a los jóvenes de Israel que esperen la próxima guerra. La globalización afecta a la juventud; desean viajar y vivir fuera del Ejército. No espere que haga una comparación entre la desesperación de los dos lados del conflicto. Si la desesperación existe entre los israelíes, es una buena señal. Tal vez la desesperación ejerza presión sobre los dirigentes para crear una nueva situación

Sabe cuál es la diferencia entre un general y un poeta? El general cuenta el número de muertos entre el enemigo en el campo de batalla, mientras que el poeta cuenta cuántas personas han muerto en la batalla. No hay enemistad entre los muertos. Hay un enemigo: la muerte. La metáfora es clara. Los muertos de ambos lados no son enemigos.

DK. ¿Se puede producir una situación que le impulse a dedicarse a la política, como hizo Václav Havel, por ejemplo?

Darwix. Havel pudo haber sido un buen presidente, pero no se le conoce como un escritor excepcional. A mí se me da mucho mejor escribir poemas que la política.

DK. ¿Quiere anticiparnos lo que dirá en el recital poético?

Darwix. Quiero hablar de cómo me marché del Carmelo y cómo he regresado y me pregunto por qué me marché.

DK. ¿Se arrepiente de haberse marchado en 1970, cuando formando parte de una joven delegación comunista viajó a Egipto y nunca regresó?

Darwix. A veces el tiempo produce sabiduría. La historia me ha enseñado el significado de la ironía. Siempre me preguntaré: “¿Me arrepiento de haberme marchado en 1970?” He llegado a la conclusión de que la respuesta no es importante. Quizá la pregunta de por qué me marché del Monte Carmelo es más importante.

DK. ¿Por qué lo hizo?

Darwix. Para regresar 37 años después. Eso quiere decir que no me marché del Carmelo en 1970 ni regreso en 2007. Todo es una metáfora. Si en este momento estoy en Ramala y la próxima semana estoy en el Carmelo y recuerdo que no he estado allí desde hace casi 40 años, el círculo se cierra y todos esos largos años habrán sido una metáfora. Pero no asustemos a los lectores. No intento llevar a cabo el derecho al retorno.

DK. ¿Y si se diera una conjunción de los astros que hiciera posible su regreso a Galilea, a Haifa y a la familia?

Darwix. Usted fue testigo de mis fuertes emociones durante la primera visita, en 1996, después de una ausencia de 26 años. Iba a encontrarme con Emile Habibi para participar en una película sobre su vida. Hasta grité y deseé permanecer en Israel. Pero si me lo pregunta hoy, no estoy dispuesto a cambiar mi carné de identidad palestino por uno israelí. Lo relevante ahora es lo que he hecho durante estos años: escribo mejor, he progresado y he beneficiado a mi nación desde el punto de vista literario.

DK. Algunos han criticado que su lectura se produzca este mes, aprovechando la situación política y el asunto de Azmi Bishara.

Darwix. Nosotros estamos vivos, y no sé lo que está bien y lo que no. Todo nuestro tiempo y nuestra distribución del mismo está dislocado. Ésta no es mi primera visita. Estuve aquí en 1996 y leí una elegía en el funeral de Habibi; y también estuve en el 2000 y leí mis poemas en Nazaret, y estuve en un acto de una escuela a la que asistí en Kafr Yasif. No puedo tomar partido en las disputas entre partidos políticos. Soy un invitado de todo el público árabe de Israel y no diferencio entre el movimiento islámico, Hadash y Balad. Soy el poeta de todos ellos. No debo olvidar que hay muchos poetas que me odian y también hay odio entre los que se consideran poetas. La envidia es una emoción humana, pero cuando se convierte en odio, es otra cosa. Los hay que me consideran una amenaza literaria, pero yo los veo a ellos como niños que deben rebelarse contra su padre espiritual. Tienen derecho a matarme, pero que sea a un alto nivel, en un texto.

DK. ¿Mantiene relaciones con intelectuales judíos israelíes?

Darwix. Tengo contacto con el poeta Yitzhak Laor y con el historiador Amnon Raz-Krakotzkin. He leído menos en hebreo durante los últimos 20 años, pero me interesan algunos escritores israelíes.

DK. ¿Se siente halagado por el hecho de que hace siete años Yossi Sarid, que entonces era ministro de Educación, quisiera introducir sus poemas en la asignatura de Literatura, con el resultado de que algunos miembros de la derecha le amenazaron con disolver la coalición?

Darwix. Me da igual que en la asignatura de literatura se estudien o no mis poemas. Cuando me enteré de que iba a haber una moción de censura, me pregunté con ironía dónde estaba el orgullo israelí. ¿Cómo se puede derrocar a un Gobierno por un poeta palestino, cuando hay otras razones para hacerlo? Me da igual que los alumnos estudien o no mis poemas en las escuelas árabes porque los alumnos generalmente odian la literatura que les obligan a estudiar.

DK. ¿Dónde está su casa?

Darwix. Yo no tengo casa. Me he trasladado y he cambiado de casa tan a menudo que no tengo casa en el sentido profundo de la palabra. Mi casa es el lugar donde duermo, leo y escribo, y eso puedo hacerlo en cualquier parte. He vivido en más de veinte casas, y siempre me he dejado en ellas medicinas, libros y ropa. Yo huyo.

DK. En el archivo de Siham Daoud hay cartas, manuscritos y poemas que usted dejó en 1970.

Darwix. Yo no sabía que no iba a regresar. Pensé que intentaría no regresar. Yo no elegí la diáspora. Durante diez años tenía prohibido salir de Haifa, y durante tres de estos años estuve en arresto domiciliario. No siento especial nostalgia por ninguna casa. Al fin y al cabo, una casa no son sólo los objetos que uno ha acumulado. Una casa es un lugar y un ambiente. Yo no tengo casa.

Todo se parece: Ramala es como Ammán y como París. Tal vez porque he vencido a la nostalgia, no me conviene caer en ella nunca más, o tal vez las emociones me hayan abandonado. Puede que la razón haya vencido a la emoción y la ironía se haya intensificado. Ya no soy el mismo.

DK. ¿Es por eso por lo que nunca ha formado una familia?

Darwix. Mis amigos me recuerdan a veces que me he casado dos veces, pero yo en realidad no me acuerdo. No me arrepiento de no haber tenido un hijo. Quizás habría ido por mal camino. No sé por qué intuyo que no habría ido por buen camino. Pero lo que tengo claro es que no me arrepiento.

DK. Entonces ¿de qué se arrepiente?

Darwix. De que publiqué poemas siendo muy joven, y son poemas malos. Me arrepiento de haber causado daño con palabras a un amigo o haber sido grosero o brusco. Quizá no he sido fiel a ciertos recuerdos, pero no he cometido ningún crimen.

DK. ¿Le gusta su soledad?

Darwix. Mucho. Cuando tengo que acudir a una cena, siento que estoy sufriendo un castigo. En los últimos años me gusta estar solo. Acudo a los demás cuando los necesito. Tal vez sea un egoísta, pero tengo cinco o seis amigos. Son muchos. Tengo miles de conocidos, pero eso no ayuda.

DK. Entre sus primeros poemas que no considera buenos ¿incluye “A mi madre”?

Darwix. Escribí ese poema en la cárcel de Ma’asiyahu en 1963-64. Me invitaron a leer poesía en la Universidad Hebrea de Jerusalén —entonces yo vivía en Haifa— e hice una petición [para viajar, porque los árabes que vivían en Israel estaban bajo la ley marcial], pero no obtuve respuesta. Fui en tren. ¿Todavía existe ese tren? Al día siguiente me citaron en el puesto de policía de Nazaret y me condenaron a una sentencia de cuatro meses más otros dos en la cárcel de Ma’asiyahu. Allí fue donde, en un paquete amarillo de cigarrillos Ascot con el dibujo de un camello, escribí el poema que el compositor libanés Marcel Khalife convirtió en un himno nacional. Se considera mi poema más bello y lo leeré en Haifa.

DK. ¿Va a visitar el pueblo en el que nació, Birwa?

Darwix. No. Ahora es un kibutz llamado Yas’ur. Prefiero conservar el recuerdo de espacios abiertos, campos y sandías, olivos y almendros. Recuerdo el caballo que estaba atado en la morera, en el patio. Una vez lo monté, me tiró al suelo y mi madre me pegó. Ella siempre me pegaba porque creía que yo era un diablillo, pero no recuerdo haber sido tan malo.

Recuerdo las mariposas y la sensación de que todo era un espacio abierto. El pueblo estaba situado en una colina y todo se extendía abajo. Un día me despertaron diciendo que nos teníamos que marchar. Nadie habló de guerra o peligro. Fuimos andando —yo con mis tres hermanos— a Líbano. Uno de ellos era muy pequeño y no dejó de llorar durante todo el trayecto.

DK. ¿Su actividad de escritor le obliga a un ritual disciplinado o se ha vuelto más flexible con el paso del tiempo?

Darwix. No tengo obligaciones sino costumbres. Suelo escribir por la mañana, entre las 10 y las 12. Escribo a mano. No tengo ordenador y escribo solamente en casa, y cierro la puerta aunque esté solo, pero no desconecto los teléfonos. No escribo todos los días, pero me obligo a sentarme a la mesa todos los días. Tal vez exista la inspiración, no lo sé. No creo mucho en ella, pero si existe, hay que esperarla y estar preparado para recibirla. A veces, las mejores ideas surgen en sitios que no son muy bonitos: en el baño, en un avión, en un tren. En árabe decimos “De la pluma de”... Pero creo que ya no se escribe a mano. El talento reside en el asiento. Hay que saber sentarse. Si no sabes, no escribes. La disciplina es necesaria.

DK. ¿Por qué tengo la sensación de que no duerme bien?

Darwix. Duermo nueve horas por la noche y nunca padezco insomnio. Puedo dormir en cualquier sitio. Dicen que soy caprichoso. ¿Dónde dijeron eso de mí? En la prensa hebrea. Me consideran una especie de príncipe que está por encima de la gente. Pero no es así. No es cierto que sea antipático. Soy tímido, y algunos interpretan la timidez como antipatía.

DK. ¿El hecho de haber estado a punto de morir, al menos una vez en su vida, le hace temer la vejez y la traición del cuerpo?

Darwix. Me encontré con la muerte dos veces: una en 1984 y otra en 1998, cuando estuve clínicamente muerto y ya se estaban haciendo los preparativos para mi funeral. En 1984 sufrí un ataque cardíaco en Viena. Fue un sueño profundo y plácido en una nube blanca con una luz clara. No creía que estaba muerto. Floté hasta que sentí un fuerte dolor que significaba que había vuelto a la vida. Dijeron que había estado muerto durante dos minutos. En 1998 la muerte fue agresiva y violenta. No fue un sueño placentero. Tuve terribles pesadillas. No era la muerte sino una guerra dolorosa. La muerte en sí no produce dolor.

DK. ¿Cuál es su actitud hacia la muerte ahora?

Darwix. No estoy preparado para ella. No la estoy esperando. No me gusta esperar. Tengo un poema de amor sobre el sufrimiento de la anticipación. Ella, la amada, se retrasa en llegar. Entonces digo: quizá se ha ido a un sitio donde haga sol, tal vez haya ido de compras. Puede que se haya mirado en el espejo, se haya enamorado de sí misma y haya dicho: es una pena que alguien me toque, yo soy mía. Tal vez haya tenido un accidente y ahora esté en el hospital. Quizá haya llamado por la mañana, cuando yo no estaba porque había ido a comprar flores y una botella de vino. Tal vez haya muerto, porque a la muerte, como a mí, no le gusta esperar. A mí no me gusta esperar. A la muerte tampoco le gusta esperar.

Yo tengo un pacto con la muerte y está claro que todavía no estoy preparado para ella. Me quedan cosas por escribir y por hacer. Hay mucho trabajo y hay guerras por todas partes. Tú, muerte, no tienes nada que ver con la poesía que yo escribo, no es ninguna de tus tareas. Concertemos una cita. Dímelo por anticipado: me prepararé, me vestiré elegantemente y nos encontraremos en un café a la orilla del mar, beberemos un vaso de vino y luego me llevarás. No tengo miedo ni me preocupa la muerte. Estoy preparado para aceptarla cuando venga, pero que sea de forma rápida, que se termine todo de repente, no mediante cáncer, enfermedad del corazón o sida. Que no venga como un ladrón. Que me lleve de golpe.

DK. ¿Qué le produce intensa alegría?

Darwix. En Francia se dice que si después de los cincuenta no tienes ningún dolor es que estás muerto. Yo me siento feliz de despertarme cada mañana. De forma general, creo que la felicidad es una quimera. La felicidad es un momento. La felicidad es una mariposa. Yo me siento feliz cuando termino un trabajo.

DK. Da la sensación de que se muestra más conciliador que nunca.

Darwix. Puede sonar brusco, pero es la estética de la desesperación. Yo no tengo ilusiones. No espero muchas cosas. Por eso, si sucede algo bueno, me produce gran alegría. También poseo humor, junto con la desesperación. Soy un “pesoptimista” [alusión a la novela de ese título de Emile Habibi].

DK. ¿Echa de menos a Habibi?

Darwix. Los sitios se llenaban cuando Emile Habibi se hallaba presente. Era una fuerza de la naturaleza. Era risueño y tenía un humor especial. Creo que luchaba contra la desesperación mediante el humor. Al final fue vencido. Todos seremos vencidos, incluidos los victoriosos. Uno tiene que saber comportarse tanto en el momento de la victoria como en el momento de la derrota. Una sociedad que no conoce la derrota no es madura.

DK. Hace poco, ha terminado un nuevo libro, un diario personal, una fusión de prosa y poesía. ¿Ahora está satisfecho consigo mismo?

Darwix. En absoluto. Cuando los poetas jóvenes se acercan a mí y puedo aconsejarlos, les digo: “Un poeta que se sienta a escribir y no se siente como un cero no evolucionará ni ganará prestigio”. Yo siento que no he hecho nada. Eso es lo que me impulsa a mejorar mi escritura, estilo e imaginería. Siento que soy un cero, y eso significa que me quiero mucho. Tengo un amigo que sabe que no puedo soportar ver mi imagen en la televisión. Me dice que eso es narcisismo invertido. Eso es lo que me dice el muy tunante.

Haaretz Magazine, 12/07/2007

Fuente

20/7/08

Adiós a la “Revue d’études palestiniennes”

Debido a las habituales dificultades financieras de las revistas especializadas en la era de internet y de la nueva Universidad, ha dejado de publicarse La Revue d’études palestiniennes.

Creada en 1981 por, entre otros, Elias Sanbar, ha afrontado siempre desde el rigor y el estudio el conflicto israelo-árabe. Contó con el apoyo del Institut des études palestinennes, y la publicó Éditions de Minuit gracias al respaldo de Jérôme Lindon.

Este último número, el 108, coincide con el recuerdo de los 60 años de la Nakba. Está dedicado a la ofensiva militar sionista que precedió a la proclamación del Estado israelí el 15 de mayo de 1948. Incide, como ya viene haciendo desde hace tiempo la historiografía palestina, en el carácter programado de la usurpación a la que fue sometido el pueblo palestino.

Pese a la defunción de la Revue, se anuncia para 2009 un nuevo proyecto editorial al amparo del Institut.

15/7/08

Semblanza, por Jamel-Eddine Bencheikh

Jamel-Eddine Bencheikh, una de las grandes figuras intelectuales del Mágreb, traza un breve retrato de la figura de Darwix. Se publicó en la revista Letras libres (enero 2000).

Expulsado de su tierra, Darwix ha cruzado todas las fronteras para abrirse al mundo en su poema, de Moscú a Nueva York y de Grecia a China. Sueña con Cartago y con Andalucía. Se ha inspirado en las tragedias de Esquilo. Ha preferido a Sófocles a Imru’ al-Qays. Se ha conmovido con el martirio de Cristo. Ha recitado la Biblia y el Corán. Ha pronunciado el discurso del indio americano. Ha respondido a la llamada de todas las voces. Maiakovski, García Lorca, Cavafis acompañan sus pasos; Éluard y Aragon, su ensueño. Su lengua traza la historia y el presente, lo imaginario y lo real; se libera para vehicular los mitos, para expresar el amor y el sufrimiento. No transforma el lenguaje: deja que discurra, tan prometedor como el despuntar del alba, tan amargo como un crepúsculo.

12/7/08

Contrapunto. A Edward Said (fragmento)

Es conocida la habilidad de Darwix en el manejo de la forma “poema extenso”. De entre sus poemas largos recientes, quizá “Contrapunto” sea el más destacado. Pertenece al libro Como la flor del almendro o allende. En él Darwix traza un retrato de Edward Said a la vez que pone a contribución algunos de los temas característicos de su poesía: la ausencia, el pasado, el mañana, el exilio, la construcción de la propia identidad. La traducción de este poema se publicó primero en Revista de Occidente (nº 316, septiembre 2007); después lo incluimos en Poesía escogida (1966-2005), Valencia, Pre-Textos, 2008.

Nueva York / Noviembre / Quinta Avenida /
El sol es un platillo volante metálico /
A la sombra, he preguntado a mi alma extranjera:
¿Es esto Babel o Sodoma?

Allí, en el umbral de un abismo eléctrico
alto como el cielo, me encontré con Edward
hace treinta años,
en un tiempo menos terco que éste.
Nos dijimos:
Si tu pasado te sirve de experiencia,
¡dale al mañana sentido y visión!
Venga,
vayamos hacia el mañana con fe
en la sinceridad de la imaginación, y en el milagro de la hierba /

No recuerdo si fuimos al cine
aquella tarde. Sí que oí a unos indios
antiguos que me gritaban:
No os fiéis del caballo, ni de la modernidad.

No, no hay víctima que pregunte al verdugo:
¿Yo soy tú? Si mi espada fuera
más grande que mi rosa, ¿me preguntarías
si haría lo que tú?

Una pregunta así llama la atención del novelista
en un despacho de cristal que da a
los lirios de un jardín... donde la mano
de la hipótesis es blanca como la conciencia
del novelista cuando ajusta cuentas
con la naturaleza humana: No hay mañana
en el ayer, ¡avancemos pues! /

Puede que el avance sea el puente de vuelta
a la barbarie... /

Nueva York. Edward se despierta con la pereza
del alba. Toca una melodía de Mozart. Va a correr
al campo de tenis de la Universidad. Reflexiona sobre
la emigración de las aves al margen de fronteras y barreras.
Hojea The New York Times. Redacta un artículo
tenso. Maldice a un orientalista que guía al general
hacia el punto débil del corazón de una oriental.
Se da una ducha. Elige un traje con la elegancia de un gallo.
Se toma su café con leche. Y grita
con la aurora: Vamos, no te entretengas /

Sobre el viento camina. Y en el viento
sabe quién es. No existe techo para el viento.
El viento no tiene casa. El viento es brújula
para el Norte del extranjero.

Dice: Soy de allí. Soy de aquí.
Y no estoy allí, ni estoy aquí.
Tengo dos nombres que se encuentran y se separan.
Y tengo dos lenguas, pero he olvidado con cuál
sueño,
tengo la inglesa para escribir,
dócil el léxico,
y tengo otra con la que el cielo dialoga con
Jerusalén, de plata el acento, pero que
¡no se somete a mi imaginación!

¿Y la identidad?, dije.
Dijo: Autodefensa...
La identidad es hija del nacimiento, pero
al fin es creación de uno mismo, no
herencia de un pasado. Yo soy lo plural. En
mi interior está mi exterior renovado... Pero
pertenezco a la pregunta de la víctima. Si no
fuera de allí, habituaría a mi corazón
a criar allí a la gacela de la metonimia.
Lleva tu país donde vayas...
y sé narcisista si cuadra /

―Exilio es el mundo exterior
y exilio es el mundo interior.
¿Quién eres tú entre ambos?
―No me defino del todo
para no echarme a perder. Yo soy lo que soy
y soy el otro que es yo en una dualidad
que se mece entre el verbo y el signo.

[...]

Traducción de Luz Gómez García

11/7/08

Edward Said, nuestro espíritu y nuestro embajador ante la conciencia de la humanidad


© Justin McIntosh, 2004

Necrología de Edward Said, publicada por Mahmud Darwix en el diario árabe de Londres al-Hayat (26/09/2003).

No puedo despedir a Edward Said, tan presente está en nosotros y en el mundo, tan vivo está. Nuestro espíritu y nuestro embajador ante la conciencia de la humanidad se cansó, ayer, de luchar largo y duro con la muerte. Pero nunca se cansó de hacer frente al nuevo orden mundial, defendiendo la justicia, el humanismo y el intercambio entre culturas y civilizaciones. Durante doce años ha sido un héroe que ha engañado a la muerte renovando su fértil vida creativa a través de la escritura, de la música y de una férrea voluntad humanista, mediante la búsqueda vital de significante y significado, exigiéndose el máximo como intelectual. Si se le pregunta a un palestino de qué se enorgullece ante el mundo, la respuesta inmediata será: Edward Said, pues la entera historia de la cultura palestina no ha engendrado una personalidad igual a la de Edward, único y múltiple. Desde hoy, y por un plazo que se vislumbra lejano, suyo es el papel de primer explorador que ha llevado el nombre de su país de origen de su curso político corriente a la conciencia intelectual mundial. Palestina lo engendró. Pero él, por su fe en los valores de la justicia para su tierra, por muy inútiles que fueran, y por su defensa del derecho a la vida y la libertad de sus hijos, se ha convertido en uno de los padres simbólicos de la nueva Palestina. Su visión del conflicto en curso en Palestina es una visión intelectual y ética que no se limita a justificar el derecho de los palestinos a hacer frente a la Ocupación, sino que además lo considera una obligación nacional y humanística. Edward era un todo sin fisuras. En él se aunaban el hombre, el crítico, el pensador, el músico y el político, sin que la naturaleza de cada una de estas actividades entrara en colisión y se confundiera con las demás. Una personalidad tan formidable se distinguía por un carisma que le convirtió en un fenómeno mundial sin parangón. Raramente coinciden el intelectual y la estrella, como coinciden en Edward Said el hombre culto, serio, elegante, irascible, dócil, enamorado de la belleza de la vida y la lengua. En esta difícil despedida, en esta despedida inevitable ante el más allá, el mundo coincide con Palestina en un raro instante, sin que en este momento sepamos quién es la familia del difunto: su familia es el mundo. Nuestra pérdida es compartida, nuestras lágrimas una, porque Edward Said, con su conciencia viva y su legado intelectual, ha puesto a Palestina en el corazón del mundo, y al mundo en el corazón de Palestina.

Traducción de Luz Gómez García

CSCAweb, 1/10/2003.

9/7/08

Nada, nada justifica el terrorismo

Recuperamos el texto de condena de los atentados del 11-S firmado por Darwix y otros intelectuales palestinos. El original árabe se publicó en el diario palestino al-Ayyam (17/09/01).

La catástrofe que ha golpeado Washington y Nueva York tiene un solo nombre: la sinrazón del terrorismo. Esta catástrofe no ha sido ni una siniestra película de ciencia-ficción ni el Día del Juicio. Ha sido terrorismo, a palo seco, sin patria ni color ni credo, a pesar de los muchos dioses, divinidades y agonías humanas con que pretenda autojustificarse.

Ninguna causa, ni siquiera una causa justa, puede legitimar el asesinato de inocentes civiles, por muy larga que sea la lista de acusaciones y la nómina de agravios. El terror nunca allana el camino a la justicia, es un atajo al infierno. Deploramos estos horrendos crímenes y condenamos a quienes los planearon y ejecutaron con todas las palabras de repulsa y condena que existen en nuestra lengua. Hacemos esto no sólo como un deber moral, sino también para reafirmar nuestro compromiso con nuestra propia naturaleza de seres humanos y nuestra fe en los valores humanistas que no diferencian entre una persona y otra. Nuestras simpatías hacia las víctimas y sus familias, así como hacia el pueblo americano en estos duros momentos, es igualmente una expresión de nuestro hondo compromiso con la unidad del destino humano. Porque una víctima es una víctima, y el terrorismo es terrorismo, aquí o allá, no conoce fronteras o nacionalidades, y no le falta retórica para matar.

Nada, nada justifica este terrorismo que ha fundido la carne humana con hierro, cemento y polvo. Ni nada puede justificar que se polarice el mundo en dos bloques que nunca puedan encontrarse: uno del bien absoluto, el otro del absoluto mal. La civilización es el resultado de la contribución de cada sociedad a una herencia global; la acumulación e interacción que conduce a la elevación de la humanidad y a la nobleza de la conciencia. En este sentido, la insistencia de los neo-orientalistas en que el terrorismo anida en la naturaleza primigenia de la cultura árabe e islámica no contribuye en absoluto a aclarar el enigma, y menos aún ofrece solución alguna. Al contrario, hace que la solución sea más inescrutable, porque ha caído en las garras del racismo.

Por ello, cuando América busca razones para comprender la animosidad hacia su política (una animosidad que no es hacia el pueblo americano y el conjunto de su cultura) debe distanciarse del concepto “choque de culturas”. Debería también prescindir de la necesidad de identificar siempre a un enemigo de carne y hueso, imprescindible para probar la “supremacía occidental”. En lugar de eso, debería moverse en el terreno de la política, en el que los Estados Unidos deberían reflexionar acerca de la sinceridad de su política exterior. En particular, deberían meditar sobre sus logros en Oriente Próximo, donde los grandes valores americanos de la libertad, la democracia y los derechos humanos han dejado de funcionar, especialmente en el contexto palestino, en el que la Ocupación israelí sigue estando exonerada de responder al derecho internacional, al tiempo que los EEUU le provee de todas las razones que necesite para justificar prácticas que lindan con el terrorismo de Estado.

Sabemos que la herida de los americanos es profunda, y sabemos que este trágico momento es un tiempo para la solidaridad y el dolor compartido. Pero también sabemos que los horizontes del intelecto pueden atravesar paisajes de devastación. El terrorismo no tiene territorio ni fronteras, no reside en una geografía propia, su casa es el desencanto y la desesperación.

La mejor arma para erradicar el terrorismo proviene de la solidaridad de la comunidad internacional, del respeto al derecho de todos los pueblos del planeta a vivir en armonía, de la reducción de la sima cada vez más profunda entre el norte y el sur. La manera más efectiva para defender la libertad es haciendo totalmente realidad el significado de la justicia. Las medidas de seguridad por sí solas no son suficientes, puesto que el terrorismo extiende sus redes a múltiples naciones, y no reconoce fronteras. No puededividirse al mundo en dos sociedades, una para los rebeldes y otra para los oficiales de la ley. Pero nada, nada justifica el terrorismo.

Texto de Mahmud Darwix suscrito por Hanna Nasser, Sari Nusseiba, Salim Tamari, Rema Hammai, I’zzat Ghazawi, Hassan Khader, Hannan Ashrawi

Traducción de Luz Gómez García

CSCAweb, 17/09/01

8/7/08

Reseña de “Poesía escogida (1966-2005)”, por Carlos Pardo

Estado de sitio es el título de uno de los poemas más conocidos de Mahmud Darwix, que fue escrito precisamente durante el cerco israelí a la ciudad de Ramala, y da buena medida de lo que es la poesía para este poeta: un ejercicio de supervivencia del individuo frente a los embates de la Historia de los manuales. Lucidez contra mentira.

El poeta más popular del mundo árabe (Palestina, 1941) no le debe su fama a la actitud de un divo. Su vida ejemplifica la lucha política y el rigor intelectual. Su poesía, la virtud de dar símbolos sencillos a los problemas de nuestro tiempo. Este personaje de Godard es uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.

Excelente traducción de Luz Gómez para los mejores poemas árabes de nuestro tiempo. Decir esto de una tradición que sigue vinculando a la lírica con la dignidad del conocimiento más humano, equivale a decir: algunos de los mejores poemas actuales. Eso es la poesía. Eso es Darwix.

Público, 15/03/2008

7/7/08

Para mí, la poesía está ligada a la paz. Entrevista por Muriel Steinmetz

Tras largos años de exilio, Mahmud Darwix vive ahora en Ramala. En 1948 tenía seis años cuando el ejército israelí expulsó a su familia del pueblo de Birwa, donde nació. En 1950, volvió a su tierra, pero Birwa había desaparecido. En su lugar habían construido dos colonias israelíes. La historia del poeta se confunde con la de su pueblo, cuyo derecho al retorno, más que nunca, sigue siendo algo hipotético. Sin embargo, Mahmud Darwix afirma que «el poeta no tiene obligación alguna de ofrecer un programa político a su lector». Preconiza una lectura inocente de su obra, que está impregnada de un «lirismo épico», según las palabras del poeta griego Yannis Ritsos. La poesía de Darwix, cualesquiera que sean sus raíces, no se inscribe en un tiempo y un espacio dados, por muy candentes que sean. El exilio sigue siendo su verdadero sustrato, lo más cercano de una geografía concreta del mundo, bañada en más de una época histórica. Mahmud Darwix se define como un troyano y, con una leve sonrisa, reivindica el estatuto de víctima. ¿Acaso no es más noble cantar, aunque sea en la cárcel, en vez de ocuparse de oprimir y controlar al prójimo? Acaba de publicar Estado de sitio, testimonio escrito en caliente por un hombre aislado en el seno de su propia tierra, cercada por los tanques. Su larga y poética reflexión nació del tiempo libre impuesto a este heraldo de un pueblo también situado bajo estrecha vigilancia. Desde su ventana escruta las calles de Ramala, escribe la crónica de las horas y los días. De visita en Francia, ha accedido a responder a nuestras preguntas, traducidas por Faruk Mardam-Bey, su editor en Actes Sud.

MS. Una recopilación de entrevistas con usted llevaba por título Palestina como metáfora. ¿De qué es una metáfora Palestina?

Darwix. Fue mi editor quien escogió el título. Esa metáfora permite decir cosas sobre la poesía: la relación del ser humano con su historia, con su existencia, con la naturaleza, consigo mismo, así como su lucha por las libertades individuales y colectivas. Para mí, Palestina es sólo un espacio geográfico delimitado. Remite a la búsqueda de la justicia, de la libertad, de la independencia, pero también a un lugar de pluralidad cultural y de coexistencia. La diferencia entre lo que yo defiendo y la mentalidad oficial israelí —incluso diría la mentalidad dominante hoy en Israel— es que esta última conduce a una concepción exclusivista de Palestina, mientras que, para nosotros, se trata de un lugar plural, ya que aceptamos la idea de una pluralidad cultural, histórica y religiosa en Palestina. Este país la heredó. Nunca fue unidimensional ni perteneció a un solo pueblo. En mi escritura, me confieso hijo de varias culturas sucesivas. Hay lugar para las voces judía, griega, cristiana y musulmana. La visión opuesta concentra toda la historia de Palestina en su periodo judío. No tengo derecho alguno a criticar la concepción que ellos tienen de sí mismos. Pueden definir su identidad como deseen. El problema es que esa concepción de la identidad significa la negación de la del otro. Eso nos impide vivir libres e independientes. Consideran que no tenemos ningún derecho sobre esta tierra, en la medida en que la aprehenden como tierra bíblica y juzgan que, desde hace dos mil años, está a la espera del «regreso» de quienes la habitaron antaño. Hay, pues, una tentativa permanente de monopolización de la tierra, de la memoria, incluso de Dios. Por eso, la lucha se sitúa hoy en diversos ámbitos. Los gobernantes israelíes tratan de aplicar su concepción del pasado sobre una realidad que no les abona en absoluto. A veces, provoco a un soldado en el puesto de control. Le digo: «Si queréis la tierra santa tal como está escrita en la Torá, quedaos con ella y dadnos la tierra que no es sagrada, es decir, todo el litoral palestino. No hay historia bíblica sobre este litoral». Si la referencia es religiosa, hablemos de este intercambio entre el litoral y el interior, pero si es jurídica, si depende del derecho internacional, volvamos a las resoluciones de la ONU.

MS. ¿Qué lugar ocupa hoy la poesía de lengua árabe y, en particular, su propia poesía en la literatura árabe?

Darwix. Los países europeos y Estados Unidos creen que la poesía de lengua árabe ocupa el lugar de honor en la cultura árabe, como sucedió durante tres siglos. Se habla de la crisis de la poesía en Occidente, de la decadencia de su masa de lectores. La misma crisis existe entre nosotros. La relación entre la poesía y los lectores se ha vuelto problemática, quizá debido a que la poesía árabe se ha adentrado en formas experimentales, que la han aislado del gran público. Establece una distancia entre el texto y la realidad y se priva de la riqueza de las cadencias de la métrica árabe. Hay también una razón de orden cultural. La poesía no es el primer género literario entre los árabes. La novela ha tomado el relevo. Eso es algo positivo. Yo añadiría que vivimos una crisis de identidad cultural y política. Los árabes retroceden en numerosos planos. Tenemos el sentimiento de no participar en el curso de la historia. Por ejemplo, se oye hablar de un gran Oriente Próximo. Pero los estadounidenses, iniciadores de dicho proyecto, consideran que los árabes ni siquiera merecen ser consultados. En la medida en que las fronteras de los países árabes fueron fijadas por extranjeros, estos mismos extranjeros pueden modificarlas a su antojo. Los árabes no participan en la definición de su destino. ¿Qué quiere que haga la poesía en tales condiciones? ¿Hablar de la edad de oro? ¿Adorar el pasado? La verdadera poesía árabe es una poesía crítica de la realidad árabe.

MS. Perdone que le haga esta pregunta un poco brutal, pero ¿puede la poesía, en su sentido más elevado, tal como usted la practica hoy, constituir la alternativa a la religión?

Darwix. William Blake decía que la imaginación es una nueva religión. Todo el movimiento romántico busca sustituir la inspiración poética por la inspiración religiosa y profética. Yo creo que la religión y la poesía nacieron de la misma fuente, pero la poesía no es monoteísta. Tal como dijo Heidegger, nombra a los dioses. La poesía está en rebelión permanente contra sí misma. No cesa de modificarse. La religión es estable, fija, permanente. Sin embargo, la búsqueda de lo desconocido es común a ambas. La poesía tiende hacia lo invisible, sin encontrar solución. La religión encuentra una, de una vez por todas. ¿Acaso el gran problema del marxismo no fue que en cierto momento se convirtió en una religión?

MS. ¿Es hoy compatible la poesía con la religión bajo su forma más reivindicativa y violenta?

Darwix. El integrismo impide que florezca la poesía. Su maniqueísmo sin apelación no conviene en absoluto a la poesía. El integrismo tiene respuestas totalmente preparadas. Es poeta quien duda y acepta al otro. Para mí, la poesía está ligada a la paz. Está en perpetua adoración ante la belleza de las cosas y, desde luego, ante la belleza femenina. El integrismo aísla a la mujer y la esconde. A la poesía le gusta el vino; el integrismo lo prohíbe. La poesía sacraliza los placeres en la tierra. El integrismo se les opone ferozmente. La poesía libera los sentidos. El integrismo los reprime. La poesía humaniza a los profetas. Por eso la cultura engendrada por el integrismo religioso es antipoética por excelencia. El integrismo puede llegar a suprimir todo lo que sea contrario a su concepción del mundo. En sus formas más extremas, representa un peligro mortal para la poesía y los poetas. Durante los siglos IX, X y XI —la edad de oro de la poesía árabe— el Estado fue bastante tolerante, abierto a todas las culturas. Hubo, en particular, una bellísima poesía erótica y báquica. El fundamentalismo musulmán es en sí mismo una reacción al fundamentalismo y al integrismo estadounidense e israelí. El despotismo universal de Estados Unidos, tal como se despliega hoy en día, está legitimando el integrismo musulmán. Cuando los estadounidenses hablan del terrorismo como algo inherente al islam, empujan a los musulmanes hacia ciertos extremos. La lucha actual, que se nos presenta como una lucha entre civilizaciones, no es más que una lucha entre integrismos. No es una guerra de civilizaciones, sino una guerra entre diferentes barbaries.

MS. Nos sorprende la reflexión de Ritsos, que calificó su poesía de «lirismo épico». ¿Cree que eso lo define a usted todavía hoy, teniendo en cuenta que en Occidente la epopeya es una forma que desapareció hace siglos, mientras que el lirismo parece considerablemente en retirada?

Darwix. La poesía épica, en el sentido tradicional del término, desapareció hace tiempo. Tal como demostró Hegel, estuvo vinculada a las antiguas civilizaciones. El lirismo es intemporal, porque existe siempre una pluralidad de «yoes». Este tipo de poesía expresa detalles, partes del alma de un pueblo. Se centra en los individuos que lo componen, más que en el pueblo entero. Desde luego, estos conceptos no tienen base alguna en la poesía árabe. Provienen de las lenguas occidentales. En Occidente, se dice que el lirismo es lo que no es ni épico ni dramático en sentido teatral. Por el contrario, nuestra poesía árabe es lírica desde su origen, pero según diversas corrientes. Las formas son múltiples en ella. Cuando Ritsos define mi poesía como un «lirismo épico» se refiere a la arquitectura del poema y a la multiplicidad de las voces en su seno. Mi voz no es la única, pues hay otras que expresan al grupo. Mi poesía no se sitúa en un espacio limitado y personal, sino en un espacio amplio, en el plano histórico y geográfico. De ahí que algunos de sus rasgos recuerden la épica. El lirismo de estos poemas no es ni muy personal ni individual, es un lirismo colectivo. Se trata de una poesía que no es totalmente lírica ni totalmente épica. El lirismo también está en retirada en el mundo árabe. Los jóvenes poetas, un poco perdidos, no dominan los conceptos. A menudo confunden lirismo y romanticismo.

MS. ¿Puede la poesía ayudar a que un pueblo conserve su identidad, incluso en las peores dificultades de supervivencia?

Darwix. No creo que la poesía tenga un papel evidente en la lucha nacional. Su influencia no es inmediata. Constituye un viaje permanente entre culturas, tiempos y espacios. En ese sentido, yo no creo en una poesía nacional. Dado que el poeta es el hijo de una época y de una lengua, contribuye sin duda a dar forma a la identidad nacional de un pueblo al desempeñar un papel de orden cultural, pero no tiene por qué incitar a nada. En los años cincuenta, sin duda, en el mundo árabe y en el mundo entero –pienso en toda la poesía comprometida, en particular, entre ustedes los franceses, en Louis Aragon–, el poeta tuvo un papel político directo. El mundo era un poco menos complejo que hoy en día. En nuestro caso, la ocupación israelí es una larga ocupación, a diferencia de la alemana en Francia. ¿Qué artista puede representar sin interrupción el papel de poeta de circunstancias, de poeta comprometido, en el sentido antiguo del término? Si pretende representar ese papel, la Ocupación habrá conseguido matar también la poesía.

Traducción de Manuel Talens

L’Humanité, 15/04/2004

Fuente

6/7/08

Pertenecer al futuro. Reseña de “Poesía escogida (1966-2005)”, por Andrés Navarro

Siguiendo la máxima de Alexander Blok de que el poeta crea armonía a partir del caos, Darwix ha tratado desde sus primeros libros de ordenar su caos de exilios y continuas reinvenciones experimentando con distintas soluciones estructurales. En ese sentido, resulta ejemplar la maestría con que maneja la estructura dramática en los poemas de verso libre, la precisa dosificación de intensidad y silencios, es decir, la relación de cada una de las partes con la intención emocional del poema.

Poesía Digital, abril 2008

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5/7/08

Godard/Sanbar. Un coloquio

Recogemos un fragmento de una charla mantenida en Le Havre, en el teatro Le Volcan, entre el cineasta Jean-Luc Godard y el historiador palestino Elias Sanbar, el cual aparece en los créditos de Notre Musique (2004) bajo el rótulo “Memoria”. Godard y Sanbar se conocieron en 1969, cuando el cineasta rodaba en Jordania una película sobre la resistencia palestina. Antes del rodaje de Notre Musique, Sanbar le presentó a Darwix, que se convirtió en una de las voces-memoria que hablan en la película.

(Pregunta en la sala sobre la distinción entre documental y ficción a propósito de una secuencia de Nuestra música que muestra una fotografía del desembarco de gente en Israel en 1948 y una foto de palestinos empujados al mar en las mismas fechas, mientras una voz en off dice: “Los israelíes reencuentran la ficción. Los palestinos acaban en el documental”.)

Jean-Luc Godard. Esta distinción entre documental y ficción es un cliché que dura desde hace tiempo. En cambio, de la época de Cahiers de Cinéma recuerdo una crítica de Moi un Noir, de Jean Rouch, que decía: es un gran documental porque es un gran film de ficción. En Notre Musique dudé entre “Los israelíes reencuentran el documental” y “Los israelíes reencuentran la ficción”. Me pareció que, por la historia del sionismo, la segunda frase era más justa: ellos están por fin en la tierra de su ficción. Y esto se corresponde también con una frase que Elías me había dicho y que he incluido en el film: “Cuando un israelí sueña por la noche, no sueña con Israel, sino con Palestina. Mientras que, cuando un palestino sueña por la noche, sueña con Palestina, y no con Israel”.

Elias Sanbar. Esa frase es un fragmento de una conversación que tuve con un amigo israelí, sin crispación. Yo intentaba explicarle que la relación de fuerzas quizás no era la que él imaginaba, porque hay algo que se les escapa por completo a los israelíes. Yo le decía: “Cuando dormís, nosotros nos metemos en vuestros cráneos. Vosotros ocupáis la tierra durante el día. Nosotros ocupamos vuestras cabezas por la noche”. No es una frivolidad. Es creo, donde radica la esencia del pánico de los israelíes. Aunque disponen de un arsenal atómico, de divisiones blindadas, de aviones, están en situación de debilidad. En relación con esto, quiero precisar algo sobre lo que dice Mahmud Darwix en el film a propósito de los vencidos. Él no hace una apología de la derrota, sino de la pérdida. No es exactamente lo mismo. Desde hace veinte años, esa cuestión está anclada en sus poemas. Él ha desarrollado la idea de que, finalmente, en la guerra de Troya los personajes más interesantes no son ni Aquiles ni Héctor ni Ulises, sino los troyanos. En cierto modo nosotros somos, entre los árabes, los troyanos. Lo cual no mejora el valor de la derrota, sino que sirve para expresar que en la pérdida hay infinitamente más humanidad que en la acumulación de victorias. Tal vez ésta es la suerte que nos ha tocado vivir. Pero que quede bien claro que no nos gusta ser las víctimas: nosotros le endosamos el estatuto de víctima a quien lo quiera.

Conversación recogida por Christophe Kantcheff

El Viejo Topo, nº 229, febrero 2007

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4/7/08

Extraño en una ciudad lejana. Reseña de “Poesía escogida (1966-2005)”, por Jaime Siles

Poeta épico, pero más aún civil, su poesía imanta tanto como sorprende, porque su poética se opone al engaño de las ideas agotadas y reclama para sí misma un espacio libre en el sentido político y real [...]

Escritura plural, la suya mantiene en su evolución un rígido principio de unidad que tiene su origen en la lengua: «no soy —dice— sino mi lengua./Soy lo que dijeron las palabras». Y, aunque reconoce vivir «en un tiempo de prosa», no renuncia a la búsqueda de lo que llama «el significado total» [...]

Lo que Darwix busca es «sentido y visión». Lo que le lleva a reflexionar sobre la arquitectura mental y metafísica del tiempo y a afirmar que «No hay mañana/en el ayer», y que, como nuestra identidad, nos movemos «entre el verbo y el signo» [...]

El universo poético de Darwix aparece objetivado en el tal vez mejor de sus muestrarios: sus dos vertientes —la titánica y la doméstica— están, ambas, igual de bien representadas aquí, como lo está también el virtuosismo de su autor y su concepto de la obra no tanto en proceso como en tránsito, que explica toda su exigente evolución. Quienes admiran sólo lo monocorde —que no siempre coincide con lo unitario— no admiten ni esta riqueza ni esta variedad. Pero la obra de Darwix la tiene, y eso la constituye y la distingue.

ABC, 26/04/08

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2/7/08

Un momento en Ramala, por John Berger

Reproducimos un texto de John Berger, escritor solidario con Palestina y que conoce bien la obra de Mahmud Darwix.

Ciertos árboles —especialmente las moreras y los nísperos— aún cuentan la historia de cómo una vez, en otra vida, antes de la Nakba, Ramala fue para los adinerados una población de ocio y esparcimiento, un lugar cercano a Jerusalén para descansar durante el caliente verano, un centro vacacional. La Nakba es la “catástrofe” de 1948, cuando 10.000 palestinos fueron asesinados y 700.000 se vieron forzados a abandonar su país.

Hace mucho tiempo las parejas de recién casados plantaban rosas en los jardines de Ramala como augurio para su vida futura juntos. El suelo de aluvión le iba bien a las rosas.

Hoy no existe muro alguno en el centro de Ramala, convertido en capital de la Autoridad Palestina, que no esté cubierto con las fotografías de los muertos, tomadas en algún momento de su vida, y que ahora se reimprimen como pequeños carteles. Los muertos son los mártires de la Segunda Intifada, que comenzó en septiembre de 2000. Los mártires son los que murieron a manos del ejército y los colonos israelíes, y todos los que decidieron sacrificarse en contraataques suicidas. Estos rostros transforman las borrosas paredes callejeras en algo tan íntimo como la cartera plena de papeles y fotos privadas. Una cartera que tiene un compartimiento para la tarjeta de identificación magnética emitida por los servicios de seguridad israelíes (sin la cual ningún palestino puede viajar ni unos cuantos kilómetros), y otro compartimento para la eternidad. En torno a los carteles, los muros muestran las cicatrices de las balas y la marca de las esquirlas de obús.

Está una anciana, que pudiera ser la abuela en muchas carteras. Están los niños, apenas adolescentes, están tantos padres. Escuchar las historias de cómo se toparon con la muerte es recordar lo que significa ser pobre. La pobreza orilla a las decisiones más duras, ésas que casi no conducen a nada. Ser pobres es vivir con ese casi.

La mayoría de los muchachos, éstos cuyos rostros tapizan los muros, nacieron en campos de refugiados tan pobres como los cinturones de miseria. Abandonaron pronto la escuela buscando ganar dinero para la familia o ayudar al papá con su trabajo, si alguno tenía. Otros cuantos soñaban con llegar a ser estrellas del fútbol. Buen número de ellos hicieron catapultas de madera tallada, cuerda trenzada y piel retorcida para lanzarle piedras al ejército de ocupación.

Comparar las armas empleadas en tales confrontaciones nos retorna a lo que significa la pobreza. De un lado helicópteros Apache y Cobra, F 16, tanques controlados a distancia, jeeps Humvee, sistemas electrónicos de vigilancia, gases lacrimógenos; del otro catapultas, resorteras, teléfonos celulares y, en ocasiones, unos cuantos explosivos de fabricación casera. La enormidad del contraste revela algo que puedo sentir entre estos muros lacerados por la pena, pero que no puedo nombrar. Si yo fuera soldado israelí, por muy bien armado que estuviera, me aterraría finalmente con este algo. Tal vez es lo que atisbó el poeta Murid Barguti: “La gente que vive se hace vieja, pero los mártires se hacen jóvenes”.

Husni Al-Nayjar, 14 años de edad. Trabajó ayudando a su padre, que era soldador. Mientras arrojaba piedras, le dispararon y murió con una bala en la cabeza. En su foto su mirada es calma y se posa imperturbable en la distancia.

Abdelhamid Kharti, 34 años de edad. Pintor y escritor. Cuando joven recibió capacitación como enfermero. Como voluntario se sumó a una unidad de urgencias médicas para rescatar y cuidar heridos. Su cadáver fue hallado cerca de un puesto de revisión, después de una noche sin confrontaciones. Le habían cortado los dedos. Todavía le colgaba un pulgar. Le habían roto un brazo, una mano y la quijada. Tenía 20 balas en el cuerpo.

Muhammad ad-Durra, de 12 años de edad, vivía en el campamento de Breij. Regresaba a casa con su padre. Cruzaron el puesto de revisión Netzarin, en Gaza, y les ordenaron bajar de su vehículo. Algunos soldados disparaban. Ambos se cubrieron de inmediato tras una barda de cemento. El padre hizo una señal con la mano para hacerles ver que estaban ahí y recibió un impacto en la mano. Un instante después le dieron a Muhammad en el pie. El padre cubrió a su hijo con su cuerpo. Más balas impactaron a ambos y el niño murió. Los doctores retiraron ocho balas del cuerpo del padre. Quedó paralizado a consecuencia de las heridas y ya no pudo trabajar. Hoy es un desempleado. Como se filmó el incidente, su historia se narra una y otra vez por todo el mundo.

Quiero hacer un dibujo para Abdelhamid Kharti. Muy temprano por la mañana vamos al poblado de Ain Kinya. Más allá hay un campamento beduino, cerca de un wadi. El sol no calienta todavía. Las cabras y las ovejas pastan un poco entre los toldos. Decido dibujar las colinas que dan hacia el oriente. Me siento en una roca cercana a una tienda negruzca. Cuento tan sólo con un cuaderno y una pluma. Sobre la tierra hay tirado un tarro de plástico, que me sugiere juntar algo de agua del hilo que brota del manantial para mezclarla, si la necesito, con la tinta.

Después de dibujar un rato, un joven se acerca (por supuesto, toda persona invisible en el campamento ya me vio), abre la tienda tras de mí, entra y sale sosteniendo un decrépito banco de plástico blanco que, me indica, puede ser más cómodo que la roca. Me imagino que, antes de hallarlo, debe de haber estado tirado en la calle cerca de una pastelería o una nevería. Le agradezco.

Sentado en este banco de parroquiano, en un campamento beduino, y conforme el sol comienza a calentar y las ranas del casi seco lecho del río se ponen a croar, continúo dibujando.

En lo alto de una colina, pocos kilómetros a la izquierda, hay un asentamiento israelí. Parece militar, como si fuera parte de algún armamento diseñado para maniobras súbitas. No obstante es pequeño y está lejos.

Muy cerca, frente a mí, hay una colina de piedra caliza que tiene la forma de una cabeza de animal gigante dormido. Las rocas esparcidas por su cima son como cardenchas sobre su pelambre enmarañado. Repentinamente frustrado por falta de pigmento, vierto agua del tarro sobre el polvo que piso, meto el dedo en el lodo y lo embarro en el dibujo de la cabeza del animal. El sol está caliente. Una mula rebuzna. Paso la página de mi cuaderno y comienzo otro dibujo y otro. Nada parece terminado. Cuando por fin regresa el joven, quiere ver mis dibujos.

Le abro el cuaderno. Sonríe. Vuelvo la hoja. Señala. Es nuestro, dice, ¡es nuestro polvo! Lo que él señala es mi dedo, no el dibujo.

Luego ambos miramos la colina.

*

No estoy entre los conquistados, sino entre los derrotados a los que los vencedores temen. El tiempo de los vencedores es siempre corto y el de los derrotados es inconmensurablemente largo. Su espacio es diferente también. Todo en esta tierra limitada entraña una cuestión de espacio, y los vencedores ya lo entendieron. El acorralamiento que mantienen es primera y fundamentalmente espacial. Se aplica, en desafío a las leyes internacionales, mediante los puestos de revisión, destruyendo los antiguos caminos, mediante nuevos libramientos reservados estrictamente para los colonos israelíes, construyendo asentamientos fortificados en lo alto de las colinas —que en realidad son puestos de vigilancia y control de las mesetas circundantes—, mediante el toque de queda que obliga a las personas a permanecer puertas adentro, de noche y de día. Durante la invasión a Ramala, el año pasado, el toque de queda duró seis semanas, y lo “levantaban” un par de horas, ciertos días, para que la gente fuera de compras. No había tiempo suficiente siquiera para enterrar a los que murieron en sus camas.

En un valiente libro, el arquitecto israelí disidente Eyal Weizman afirma que esta dominación terrestre y total comienza en los bosquejos de los arquitectos y los planificadores distritales. En tales dibujos no es posible hallar ni una partícula de “nuestro polvo”. La violencia comienza mucho antes del arribo de los tanques y los jeeps. El habla de una “política de verticalidad”, donde los derrotados, incluso “en sus hogares”, son literalmente vigilados y socavados.

El efecto de lo anterior es que la vida cotidiana es inexorable. Tan pronto como a alguien se le ocurre decir una mañana cualquiera “voy a ver” tiene que detenerse súbitamente y considerar qué tantos cruces y retenes puede involucrar ese “vistazo”. El espacio de las más simples decisiones de todos los días está maniatado, con la pata delantera amarrada a la trasera.

Además, debido a que los retenes cambian impredeciblemente día a día, la experiencia del tiempo también está maniatada. Nadie sabe por la mañana qué tanto le tomará llegar al trabajo, ir a ver a su mamá, ir a clase, a la consulta con el doctor y, habiendo hecho estas cosas, tampoco sabe cuánto tiempo le llevará regresar a su casa. Un viaje en cualquier dirección puede implicar 30 minutos o cuatro horas, o la ruta puede estar categóricamente cerrada por soldados armados con ametralladoras cargadas.

El gobierno israelí alega que se vio obligado a tomar estas medidas con tal de combatir el terrorismo. Sus alegatos son fintas. Su propósito verdadero es mantener un acorralamiento que destruya el sentido de continuidad espacial y temporal de los pobladores indígenas para que se vayan o se vuelvan sirvientes achatados. Pero, por supuesto, es aquí donde los muertos ayudan a los vivos a resistir, aquí hombres y mujeres deciden volverse mártires. El acorralamiento inspira el terrorismo que dice combatir.

Un caminito de piedra, que va salvando las enormes rocas entreveradas, desciende a un valle al sur de Ramala. En tramos serpentea por antiguos olivares, algunos de los cuales datan de los tiempos romanos. Esta carretera pedregosa (muy dura para cualquier carro) es el único medio con que cuentan los palestinos para acceder al pueblo cercano. La antigua carretera asfaltada, que les está vedada ahora, se reserva para los israelíes de los asentamientos. Voy aprisa, pues toda mi vida me ha parecido más cansado andar lento. Descubro una flor roja entre los matorrales y me detengo a cortarla. Luego me entero que se llama Adonis aestivalis. Su rojo es muy intenso y su vida, dice el libro de botánica, muy breve.

Baha me grita que no me dirija hacia la alta colina situada a mi izquierda. Si detectan que alguien se aproxima, grita, dispararán.

Calculo la distancia: menos de un kilómetro. Unos 200 metros en sentido contrario a la dirección poco recomendable descubro una mula y un caballo atados. Los tomo como garantía y camino hacia allá.

Llego a un lugar donde dos niños —uno como de 11 y otro cercano a los ocho años— trabajan solos en un campo. El más chico llena latas de agua de un barril incrustado en la tierra. El cuidado con que lo hace, sin chorrear ni una gota, muestra lo preciada que es el agua. El niño mayor carga la lata llena mientras trepa con cuidado hacia una parcela sembrada donde riega algunas plantas. Ambos andan descalzos.

El que riega me saluda y orgulloso me muestra los surcos de su parcela, con varios cientos de plantas. Unas las reconozco: tomates, pepinos, berenjenas. Las deben de haber sembrado la semana anterior. Aún son muy pequeñas y buscan el agua. Una de las plantas no la reconozco; él lo nota. Luz fuerte, me dice. ¿Melón? ¡Shumaam! Nos reímos. Cuando ríe sus ojos se fijan en mí, imperturbables. (Pienso en Husni Al-Nayjar.) Ambos estamos —Dios sabrá por qué— viviendo el mismo momento. Me lleva a los surcos y me muestra qué tanto ha regado. Nos detenemos unos instantes, miramos en torno y atisbamos el asentamiento con sus muros defensivos y sus techados rojos. Mientras señala con la barbilla en esa dirección percibo una suerte de burla en su gesto, una burla que quiere compartirme, como su orgullo al regar. Una burla que da paso a una mueca, como si de pronto hubiéramos convenido orinar en el mismo momento y en el mismo punto.

Más tarde andamos de regreso hacia el camino pedregoso. Recoge algo de menta y me ofrece un manojo. Su frescura picante es como un chorro de agua fría, agua más fría que la de su lata. Vamos hacia donde están la mula y el caballo. El caballo, sin silla, tiene cabestro con riendas pero carece de brida y de bocado. El niño quiere hacerme una demostración algo más impresionante que una meada imaginaria. Brinca entonces al caballo mientras su hermano retiene la mula, y casi al instante va al galope, a pelo, por el camino por donde llegué. Es un caballo con seis extremidades, cuatro propias y dos que pertenecen al jinete, y las manos del niño controlan las seis. Monta con la experiencia de muchas vidas. Cuando regresa, sonríe extraño y, por vez primera, se le ve tímido.

Me reencuentro con Baha y los otros, que se hallan a un kilómetro. Hablan con un hombre, el tío del niño, mientras riega plantas que apenas brotan. El sol desciende y la luz cambia. La tierra parduzca y amarilla, más oscura donde se regó, es ahora el color primario de todo el paisaje. Riega con lo que resta del agua el fondo de un barril de plástico azul oscuro de 500 litros.

En la superficie, el barril azul tiene cuidadosamente pegados 11 parches (son como los que se usan para remendar ponchaduras, pero más grandes). El hombre me explicará que fue así como reparó el barril después de que una pandilla del asentamiento de Halamis —de los techos rojos— vino una noche, sabiendo que los recipientes de agua estaban plenos de lluvia primaveral, y los tasajeó con navajas. Otro barril, tirado sobre la terraza inferior, es irreparable. Más allá, en la misma terraza, se alza el tocón retorcido de un olivo que, a juzgar por su circunferencia, debe de haber tenido varios cientos de años de edad, tal vez mil.

Hace algunas noches, dice el tío, lo cortaron con una sierra eléctrica.

Cito de nuevo a Murid Barguti: “Para los palestinos, el aceite de oliva es regalo al viajero, confort para la novia, recompensa del otoño, orgullo en las bodegas y riqueza de la familia por siglos”.

Luego descubro el poema de Zakaría Mohammed “El bocado”. Habla de un caballo negro sin brida que tiene sangre en los belfos. Con el caballo de Zakaría hay también un niño, sorprendido por la sangre.

Qué es lo que masca el caballo
pregunta,
qué es lo que masca.
El caballo negro
muerde
un bocado cuya forja es acero,
un bocado de memoria
para tascar,
impaciente, hasta la muerte.

Si el niño que me ofreció la menta silvestre tuviera siete años más, no sería difícil entender que fuera miembro de Hamás, aprestándose a sacrificar su vida.

*

El peso de las lajas de concreto hechas añicos, y de la mampostería derribada en el centro de operaciones de Arafat en Ramala, tiene ahora gravedad simbólica. No en la forma que imaginaron los comandantes israelíes. Derruir la Muqata con Arafat y sus acompañantes dentro era para ellos la demostración pública de su humillación, así como regar salsa kétchup en la ropa, los muebles y las paredes de los apartamentos privados que el ejército invadió y revolvió sistemáticamente acabó siendo una advertencia de las calamidades que vendrían.

Aún ahora Arafat representa a los palestinos con mayor fidelidad que ningún otro líder mundial a su pueblo. Democráticamente no, pero sí en lo trágico. De ahí la gravedad. Debido a los enormes errores cometidos por la Organización para la Liberación de Palestina, con él a la cabeza, y a causa de las equivocaciones de los estados árabes circundantes, no tiene ya espacio para maniobrar políticamente. Ha dejado de ser un líder político. No obstante, se mantiene desafiante en su sitio. Nadie cree en él. Y muchos habrían dado su vida por él. ¿Cómo es esto? No siendo ya político, Arafat se tornó montaña, montaña de su patria.

*

Nunca había visto una luz así. Baja del cielo de manera extrañamente uniforme, pues no hace distinción entre lo distante y lo cercano. Aquí, la diferencia entre lo lejos y lo cerca es sólo de escala, nunca de color, de textura o precisión. Y esto afecta la manera en que uno se sitúa, afecta su sentido de estar aquí. La tierra se conforma en torno a uno, en vez de confrontarlo. Es lo opuesto del Medio Oeste estadounidense. En vez de saludarnos, nos recomienda no abandonarla nunca.

Y aquí estoy, cumpliendo inesperadamente el sueño que algunos de mis ancestros en Polonia, Galicia y el imperio austrohúngaro deben de haber alimentado y comentado durante por lo menos dos siglos. Y me encuentro aquí por defender la justicia de una causa, compartiendo el dolor que infligen tal vez algunos primos míos (en cualquier caso el Estado de Israel). Los expulsados de esta tierra y todos aquellos a quienes se planea expulsar son inseparables de su pulso de vida. Sin ellos, este polvo no tendría alma. No es una figura de lenguaje, es la más grave advertencia.

*

Riad, profesor de carpintería, ha ido por sus dibujos para mostrármelos. Estamos sentados en el jardín de la casa paterna. El padre rastrilla el campo con su caballo blanco. Cuando Riad vuelve, trae consigo los dibujos como si fueran un expediente extraído de un archivero de metal. Camina lento y las gallinas se apartan de su paso aún más parsimoniosas. Se sienta frente a mí y me entrega los dibujos uno por uno. Fueron hechos con lápiz duro, de memoria y con gran paciencia. Línea a línea, por las tardes, después del trabajo, hasta que los negros se tornen tan negros como él quiere, y los grises permanezcan plomizos. Están hechos en hojas de papel grande.

El dibujo de una jarra de agua. El dibujo de su mamá. El dibujo de una casa destruida, de las ventanas que daban a unos cuartos que no existen ya.

Cuando termino de verlos, me aborda un hombre mayor. Tiene el rostro paciente de un campesino. Parece que usted sabe de pollos, me dice. Cuando una gallina cae enferma, deja de poner. No hay mucho que hacer. Un día se despierta y siente que la muerte se aproxima. Un día se da cuenta de que va a morir y ¿qué sucede? Comienza a poner huevos otra vez, y nada sino la muerte podrá detenerla. Somos como las gallinas.

*

Los puestos de revisión funcionan como fronteras interiores impuestas en los territorios ocupados, pero no se parecen en nada a ningún paso fronterizo normal. Están construidos y administrados de tal manera que cualquiera que cruce es reducido al estatus de refugiado indeseable.

Es imposible subestimar la importancia otorgada al acorralamiento del decoro. Se usa para remachar quiénes son los vencedores y quiénes debieran reconocerse conquistados. Los palestinos deben sufrir, a menudo varias veces al día, la humillación de representar el papel de refugiados en su propia patria.

Todo aquel que cruce tiene que hacerlo caminando hasta pasar el retén donde los soldados, con armas cargadas y listas, eligen a quién les da la gana “revisar”. Ningún vehículo puede cruzar. El camino tradicional fue destruido. La nueva “ruta” obligada está plagada de rocones, piedras y otros obstáculos menores. En consecuencia todos, excepto los más aptos, sufren el cruce.

Enfermos y ancianos son transportados en cajas de madera, provistas de cuatro ruedas, por jóvenes que así ganan un poco para irla pasando (tales cajas se hicieron originalmente para acarrear verduras en el mercado). Les dan a los pasajeros un cojín para aminorar los brincos. Escuchan sus historias. Todos se saben las noticias más frescas. (Cambia todo a diario.) Ofrecen consejo, se lamentan, pero están orgullosos de ofrecer la ayuda que puedan. Son lo más cercano al coro de la tragedia.

Algunos “viajeros” caminan con ayuda de un bastón, otros incluso con muletas. Todo lo que normalmente lleva uno en la cajuela del automóvil debe ser cruzado en bultos cargados en los brazos o a la espalda. La distancia de un cruce puede cambiar de la noche a la mañana y varía entre 300 metros y kilómetro y medio.

Las parejas palestinas, excepto algunas sofisticadas y jóvenes, mantienen en público el decoro de cierta distancia. En los puestos de revisión, las parejas de todas las edades se toman de la mano al cruzar, buscando en cada paso un asidero, mientras calculan el ritmo exacto para evadir las armas que les apuntan. Nunca muy aprisa (apresurarse puede levantar sospechas) ni muy despacio (la duda puede provocar un “juego” que saque a los guardias de su aburrimiento crónico).

Es muy particular el carácter vindicatorio de muchos (no todos) de los soldados israelíes. Tiene poco que ver con la crueldad que describiera y lamentara Eurípides, pues aquí la confrontación no es entre iguales, sino entre los todopoderosos y los supuestamente indefensos. Sin embargo, esta prepotencia de los poderosos va acompañada de una frustración furiosa: el descubrimiento de que, pese a todo su armamento, su poder tiene un límite inexplicable.

*

Quiero cambiar algunos euros por shekels (los palestinos no cuentan con moneda propia). Deambulo por la calle principal y paso por muchas tienditas. Ocasionalmente me topo con algún hombre sentado en su silla sobre lo que alguna vez fuera la banqueta, antes de la invasión de los tanques. Estos hombres sostienen en las manos fajos de billetes. Me aproximo a uno, joven, y le digo que quiero cambiar cien euros. (Por una cantidad semejante uno podría comprar un brazalete pequeño, como para niña, en una de las joyerías.) Consulta su calculadora de juguete y me extiende varios cientos de shekels.

Continúo caminando. Un niño que, pensando en edades, podría ser hermano de la niña del imaginario brazalete de oro, insiste en venderme goma de mascar. Proviene de uno de los dos campos de refugiados de Ramala. Le compro. También vende cubiertas plásticas para las tarjetas de identidad. Insiste en que le compre toda su goma de mascar. Eso hago.

Pasa media hora y me hallo en un mercado de legumbres. Un hombre vende ajos del tamaño de un foco luminoso. Hay mucha gente junta. Alguien me toca el hombro. Volteo. Es el cambista. Le di, dice, 50 shekels de menos, aquí están. Tomo los cinco billetes de 10. Fue usted muy fácil de encontrar, añade. Le agradezco.

La expresión de sus ojos mientras me mira me recuerda a una anciana que vi un día antes. Es una expresión de gran atención al momento presente. Considerada y tranquila, como si fuera tal vez el último momento.

Entonces el cambista se da vuelta y emprende la larga caminata hacia su silla.

Conocí a la anciana en el poblado de Kobar. La casa era nueva y escueta, sin terminar. Sobre las paredes de la sala desnuda había unas fotografías enmarcadas de su sobrino, Marwan Barguti. Marwan de niño, de adolescente, como hombre de 40 años. Hoy está en una prisión israelí. Si sobrevive, será uno de los pocos dirigentes políticos de Fatah a los que necesariamente habrá que consultar en caso de que se impulse algún acuerdo de paz sólido.

Mientras bebíamos jugo de lima y la tía hacía café, sus sobrinos nietos salieron al jardín: dos niños, uno de siete y otro de nueve. El pequeño se llama Patria y el mayor, Resistencia. Corrían en todas direcciones y se detenían de pronto, mirándose intensamente uno al otro, como si se escondieran detrás de algo y se asomaran a ver si el otro ya los había descubierto. Luego se lanzaban corriendo otra vez hasta encontrar otro escondite invisible. Es un juego que inventaron y juegan juntos muchas veces.

El tercer niño tenía cuatro años de edad. En su rostro había brotes rojos y blancos como los de un payaso, y como buen payaso se apartaba, nostálgico, socarrón, inseguro de lo que le pasaba. Tenía sarampión y sabía que no debía aproximarse a las visitas.

Llegado el momento de despedirnos, la tía me dio la mano y en sus ojos vi esta misma expresión especial de atención al momento.

Cuando dos personas tienden un mantel sobre una mesa, se miran una a la otra para asegurar la colocación de la tela. Imaginen que la mesa es el mundo y el mantel las vidas de aquellos a quienes debemos salvar. Esa era la expresión.

Traducción de Ramón Vera Herrera

La Jornada, 21/06/03

1/7/08

Muhammad

De entre los poemas últimos de intervención de Mahmud Darwix, cada veces menos frecuentes, hay uno que su autor no ha recogido en libro. Se titula “Muhammad” y trata del niño Muhammad ad-Durra, asesinado por las balas del Ejército israelí el 30 de septiembre de 2000 en Gaza, mientras su padre trataba de cobijarle. Las imágenes de televisión dieron la vuelta al mundo, aunque en buena medida hoy se habrán olvidado. En su día, la traducción de este poema apareció en la revista española Nación Árabe (nº 43, invierno de 2001), y posteriormente en 21 poemas (Madrid, Residencia de Estudiantes, 2006), un cuaderno con algunos de los textos que Darwix leyó en su visita a la institución madrileña. La edición original árabe es del 21/22 de octubre de 2000, en el diario al-Quds.

MUHAMMAD

Muhammad,
acurrucado en brazos de su padre, es un pájaro temeroso
del infierno del cielo: papá, protégeme,
que salgo volando, y mis alas son
demasiado pequeñas para el viento… y está oscuro.

Muhammad,
quiere volver a casa, no tiene
bicicleta, tampoco una camisa nueva.
Quiere irse a hacer los deberes
del cuaderno de conjugación y gramática: llévame
a casa, papá, que quiero preparar la lección
y cumplir años uno a uno…
en la playa, bajo la palmera…
Que no se aleje todo, que no se aleje…

Muhammad,
se enfrenta a un ejército, sin piedras ni
metralla, no escribe en el muro: “Mi libertad
no morirá” —aún no tiene libertad
que defender, ni un horizonte para la paloma
de Picasso. Nace eternamente el niño
con su nombre maldito.
¿Cuántas veces renacerá, criatura
sin país… sin tiempo para ser niño?
¿Dónde soñará si se queda dormido…
si la tierra es llaga… y templo?

Muhammad,
ve su muerte viniendo ineluctable, pero
se acuerda de una pantera que vio en la tele,
una gran pantera con una cría de gacela acorralada; mas al
oler de cerca la leche
no se abalanza,
como si la leche domara a la fiera de la estepa.
“Entonces —dice el chico— me voy a salvar”.
Y se echa a llorar: “Mi vida es un escondite
en la alacena de mi madre, me voy a salvar… yo daré fe”.

Muhammad,
ángel pobre a escasa distancia del
fusil de un cazador de sangre fría. Uno
a uno la cámara acecha los movimientos del niño,
que se funde con su imagen:
su rostro, como la mañana, está claro,
claro su corazón como una manzana,
claros sus diez dedos como cirios,
claro el rocío en sus pantalones.
Su cazador debería habérselo pensado
dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear
esa Palestina suya sin equivocarse…
me lo guardo en prenda
y ya le mataré mañana, ¡cuando se revuelva!

Muhammad,
un jesusito duerme y sueña en
el corazón de un icono
fabricado de cobre,
de madera de olivo,
y del espíritu de un pueblo renovado.

Muhammad,
hay más sangre de la que precisan los noticiarios
y a ellos les gusta: súbete ya
al séptimo cielo,
Muhammad.

Traducción de Luz Gómez García